El carácter propio de
las ciudades está dado por el paisaje en el que están emplazadas, determinado
este por su relieve, clima y vegetación, y por el clima mismo, que determinan
su urbanismo y arquitectura, y en consecuencia sus edificaciones, sus calles,
avenidas, plazas y parques, y sus gentes y su comportamiento en la ciudad. Y
por supuesto por sus hitos arquitectónicos, como antes sus entradas o puertos,
luego sus estaciones y ahora sus aeropuertos; y por sus templos, sus catedrales
y hoy en día también sus museos. En Washington D. C. su aeropuerto y la
ampliación de su principal museo son paradigmas del inicio de la verdadera
arquitectura posmoderna.
El
Washington Dulles International Airport, 1962, de Eero Saaerinen (Kirkkoummi
1910-1961 Ann Arbor Mi.) es lo que debe ser un buen aeropuerto en el siglo XXI:
separado de la ciudad pero sin quedar muy lejos, sin construcciones alrededor
de ningún tipo, muy claro y fácil y cómodo el desplazamiento del vehículo
terrestre al avión, con cafeterías cerca a las salas de espera, muy pocos
locales comerciales y casi inexistente propaganda comercial, baños amplios,
frecuentes y apropiados, de construcción muy fácilmente mantenible, y con unas
bellas formas claramente identificables con un aeropuerto y con ese aeropuerto
en cuestión y en últimas con la principal ciudad a la que sirven.
Además
su ampliación y adecuación a nuevos sistemas de acceso a los aviones, como los
muelles telescópicos que reemplazaron a los originales buses con elevador que
llevaban a los pasajeros al avión, algunos aún en uso, se hicieron sin alterar
el terminal inicial y fácilmente permitirán nuevos cambios o volver a ellos. Se
trata de dos largos y muy sencillos muelles a los que ahora se llega en tren y
para los cuales se piensa poner bandas peatonales móviles, y a los cuales se
podría llegar directamente en trenes desde la ciudad, y en un caso extremo el
terminal original de Eero Saaerinen sin duda acogería un bello museo,
restaurantes, almacenes y sitios de descanso.
La East
Wing de la National Galerey, 1967, de Ieoh Ming Pei (Cantón 1917-2019 Nueva
York), quien diseñaría después la también paradigmática Pirámide del Louvre,
1989, en Paris, es lo que debe ser un buen museo en el siglo XXI: interesante
por lo que en él se expone y al tiempo agradable de recorrer, entre una sala y
otra, como lo es en este su gran hall central que recuerda el del Guggenheim de
Frank Lloyd Wright en Nueva York, pero más elaborado y que cruzan varios
corredores, pues como señala Deyan
Sudjic: “Los
edificios impresionantes necesitan vestíbulos impresionantes” (La
arquitectura del poder,
2005, p.181),
y sus amplias vistas y prolongaciones al exterior a nivel del suelo o en su
azotea con cafetería.
Pero
además es un muy acertado ejemplo de cómo intervenir con un edificio moderno en
un espacio pre moderno caracterizado por imponentes edificios neoclásicos, sin
dejar de ser moderno y por lo contrario pasando a ser verdaderamente posmoderno
en este sentido. Sus paramentos, altura y el material predominante de sus
fachadas repiten los del edificio principal, y el mismo que el de los de más
del National Mall de Washington, con el cual genera una plaza pese a estar
recorrida por vehículos, lo mismo que su simetría discretamente rota por otro
volumen, todo lo cual lo suma a lo ya construido al tiempo que muestra su
novedad, la que ya explota en su interior.
NOTA
El aeropuerto de Cali no
es funcional ni atractivo pero La Tertulia bien unida a la Casa Obeso podría
ser una maravilla mediante un buen puente peatonal, sencillo pero amplio y unas
pocas reformas más.
Comentarios
Publicar un comentario