Cali, aunque fundada hace cinco siglos, debido a la creación del
nuevo Departamento del Valle del Cauca apenas tiene uno de ser lo que es ahora
con los trabajos de muchos arquitectos, unos desconocidos mientras de los otros
nadie se acuerda. Y como dice Karl Popper (Después
de la sociedad abierta, 2008), debemos agradecer a muchos lo maravillosa
que puede ser la vida, “entre ellos [a] los grandes poetas, escritores y
novelistas […] músicos, pintores y arquitectos.”
La
mayoría de los lugares más bellos de la ciudad están en su centro, que
insistimos en llamar histórico aun cuando apenas quede su traza en damero, y
están determinados por edificios ya de principios del siglo XX, como en la Plaza Mayor, ahora Parque de Caicedo, donde
están la Catedral,
el viejo y muy bello Palacio Episcopal, el Palacio Nacional de Justicia y el
Edificio Otero. Y cerca de ellos La Ermita y
Coltabaco.
O,
más hacia la cordillera, El Real Convento de Nuestra Señora de las Mercedes
Redención de los Cautivos, de los Mercedarios, del VII, junto con la vieja
casona que ocupa ahora el Palacio Arzobispal, del XIX, conforman la calle más
bella de la ciudad; mientras que la casa “republicana” de la vieja Gobernación,
hoy Proartes, de finales del XIX, el Teatro Municipal, de principios del XX, y
los modernos edificios de la FES, hoy Centro Cultural de Cali, y el nuevo Banco
de la Republica, su esquina más caleña.
Sin
embargo, es en la Plaza de San Francisco donde está la más imponente fachada
urbana de la ciudad. Está conformada por la vieja iglesia colonial, escondida
debajo de la ornamentación que se hizo a principios del siglo XX, y su muy
bella, intrigante y única Torre Mudéjar, de finales del XVIII, y la iglesia
nueva, terminada a principios del XIX,
después de la Independencia, pero que es como del Alto Renacimiento pues su
modelo es el Gesu de Roma.
Cruzando
el emblemático Puente Ortiz y el Paseo Bolívar se ven, a un costado, las
“torres” del CAM, con su doble plazoleta, navegando en medio de una gran zona
verde que termina en el anexo del
Conservatorio, unida al Centro por el puente España y el llamado, antes de La
Cervecería, construidos para los 400 años de la ciudad. Al otro costado está el
Puente Alfonso López, el más bello de todos, y La Ermita, con ese imposible
gótico tan nuestro de principios del XX.
Y
más arriba, entre los cerros de Las Tres Cruces y Cristo Rey, con la alta
Cordillera Occidental y sus esquivos Farallones atrás, y junto al Río Cali, que
se enroscaba en el Charco del burro, están La Tertulia, el Parque del Acueducto, el más bello de Cali, y San Antonio, vigilado
desde lo alto por su capilla mudéjar, de finales del XVIII, que mira la ciudad
y al fondo el valle más allá del Río Cauca, a veces hasta la otra cordillera.
Y
desde allí aún se ve bella Cali pues como dijo el poeta Joseph Brodsky
(Gota de agua, 1992) todas las
ciudades lo son al atardecer. Y con suerte se topa uno con una hermosa novia de
blanco que caminando con dificultad por el amplio atrio empedrado busca
sonriendo en su matrimonio la felicidad, ignorando que la ciudad que tiene a
sus pies la levantaron los arquitectos, los que por supuesto no son apenas los
profesionales mal formados de hoy a los que se les da dicho título.
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