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La prostitución del oficio. 24.05.2014


     Como dice el arquitecto Eduardo Cadaval (Arquine 09/05/2014), con obras en España y México, los más importantes proyectos no los realizan los mejores arquitectos. Los hacen los que a diferencia de ellos saben que la arquitectura actual es un negocio complejo y por lo tanto invierten su tiempo en conseguir el encargo.

     Que entienden que es parte del mismo frecuentar políticos que por lo general no son admirables ni honrados, y  no les importa prestarse a sus aspiraciones. Todos sueñan con ser presidentes y creen que construir proyectos faraónicos es el mejor camino. No les importa que no tengan sentido, ni el presupuesto y tiempo requeridos para hacerlos bien.

     Arquitectos sin ética que tampoco les  importa regresar parte de sus horarios (que en este caso si liquidan de acuerdo a las tarifas) para pagar las costosas campañas de sus promotores. Ni que el dinero de los contribuyentes pudo haberse utilizado mejor. Como dice Cadaval se prestan al juego con la disculpa de que “si no en este país no haces nada”.

   Son estrellas de moda que le quitan el trabajo a los buenos arquitectos usando sus relaciones familiares o sociales (e incluso otras non santas), para que les asignen proyectos públicos o privados que deberían ser objeto de concursos (los que en el caso de los primeros son de Ley en Colombia, la que se evade disfrazándolos de asesorías).  

     Como continua Cadaval, las obras públicas son un negocio muy rentable y el arquitecto una pieza más para su concreción. El empresario que pagó la campaña electoral del alcalde recién elegido necesita un proyecto costoso que le permita recuperar lo invertido cuando después se le asigne una obra en una licitación a su medida para que gane más.

     Señala también que en muchas dependencias, y aún sin corrupción, los que escogen quién hace los proyectos no tiene los conocimientos técnicos necesarios para evaluar rigurosamente el trabajo de los posibles prestadores de servicios y por lo tanto es fácil engañarlos y disfrazándose de arquitecto “verde” o innovador.

   Que no importa que los “muros verdes” que diseñan nunca compensen la huella ecológica que significó construirlos, o que necesiten riego diario con agua potable por estar  en un lugar escaso de lluvia. Que es suficiente cambiar la imagen de la obra haciéndola parecer sostenible, y que eso basta para volverla “conveniente”.

   Finalmente, como dice Cadaval, los arquitectos de moda invierten tanto tiempo en conseguir proyectos que no pueden hacerlos y se contentan con que su oficina se dedique a seguir la última tendencia, y no porque crean en sus valores sino simplemente porque les atrae su estética y saben que resultará gustadora porque está de moda.

   Y lo que quedan son ridículas versiones de algún episodio de la obra de cualquier estrella internacional, y que por su mala factoría, lo inadecuado de los materiales y las dificultades constructivas que implican, terminarán por tener futuras complicaciones a resolver, una vez más, con dinero público.

    Las universidades, por su parte, como agrega Cadaval, están ocupadas en otros temas y no les gusta dejarlos para ayudar a construir un ámbito laboral adecuado para sus egresados. Sus profesores por diversos motivos evitan hablar de estos asuntos y prefieren utilizar sus horas de cátedra (mal pagadas) en “enseñar” un oficio que poco practican.        
                                                                                                                   
   Como termina Cadaval, casi nadie se ha preocupado por un sistema transparente y democrático para decidir quién y cómo se hacen los proyectos públicos. Aquí, por ejemplo, las filiales de la Sociedad Colombiana de Arquitectos poco han contribuido a conseguir que en sus respectivas ciudades se hagan las cosas de manera más democrática y apropiada.

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