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Entender la ciudad.25.09.2021

        El comportamiento de la gente en el espacio público y privado y su uso, ellos mismos y su gobierno, define cualquier ciudad; son cinco elementos interrelacionados que se suceden aleatoriamente en el tiempo y el espacio, cuya importancia e interés cambia de una ciudad a otra y de una época a otra, y de manera diferente para sus habitantes o sus visitantes y entre estos mismos: turistas o viajeros, o visitantes asiduos por demás con distintos intereses, frecuencias y permanencias.

      El uso privado del espacio público: invasión para usos particulares (sitios de venta o trabajo, estacionamientos, materiales, escombros, basuras) feas imágenes (fachadas pintarrajeadas o que tapan las vistas) molestos ruidos (músicas altas y parrandas) y olores desagradables (comida y otros); molestias causadas por hechos ajenos que penetran en las viviendas privadas por el espacio público o desde este (ruidos de motores, sirenas y pitos) y hay quienes creen que “sus” andenes son suyos.

     El efecto del comportamiento privado en lo público se vive en las ciudades (calles, plazas, parques y equipamiento urbano) no apenas en la conducta de la gente y su civismo sino igualmente en sus aspiraciones urbanas y arquitectónicas, lamentablemente influidas por las modas, ignorantes de la obsolescencia inducida de los edificios y su demolición -no su remodelación- por sus mismos propietarios que buscan apenas dinero fácil, y hay quienes creen que así “desarrollan” la ciudad.

     El uso público del espacio privado, como es el caso de los antejardines, balcones, terrazas y azoteas, que se ven desde las calles, es sistemáticamente ignorado en muchas ciudades en las que ni siquiera existe reglamentación al respecto, o por lo contrario esta es copiada -no interpretada- de la de otras ciudades con grandes diferencias climáticas, paisajísticas, cultuales y políticas; así, muchos creen que como esos espacios son suyos pueden hacer en ellos lo que quieran ignorando a los demás.

    El efecto de lo público –política y administración- en el comportamiento privado –usos, costumbres y tradiciones- es obligado u inducido por las autoridades respectivas tanto en sus planes, reglamentaciones y controles, como en los servicios públicos, la infraestructura vial, el equipamiento urbano (sedes educativas, deportivas, culturales, de salud y de gobierno) y los eventos periódicos (encuentros, fiestas y ferias) u ocasionales (campeonatos deportivos nacionales o internacionales).

     El gobierno de lo público como de lo privado puede estar unificado en una cultura urbana y democrática, o infortunadamente escindido: la politiquería por un lado y los comportamientos excluyentes por el otro, como ha sucedido históricamente y lo continúa siendo en muchas ciudades cuyo manejo depende de sus alcaldes más que de su planificación a largo plazo, la que desde inicios del siglo XX se volvió indispensable por su muy rápido y voluminoso crecimiento: su sobrepoblación.

     Por supuesto la meta en el horizonte es una ciudad en la que ésta y sus ciudadanos conformen un todo; que la ciudad en tanto artefacto y sus ciudadanos en tanto que urbanitas se retroalimenten en la mayoría de sus aspectos comunes compartiendo su cultura y su política, y que sus pertinentes diferencias se puedan llevar al debate democrático, y no que caigan en el vandalismo y la violencias, lo que en las ciudades más grandes se facilitaría conformando varias ciudades dentro de la ciudad.

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