Vale
la pena preguntarse si no sería más prudente mirar hacia el futuro, a lo que se
nos seguirá viniendo encima y pensar a fondo, pues la mayoría, en medio de
tanta mentira, no se ha percatado de lo que implican los rápidos avances en la
biología y la informática de los que habla Yubal Noah
Harari en Homo Deus, 2016, y ni siquiera del evidente trastorno
climático que estamos ocasionando o de un eventual desastre nuclear.
Que la filosofía ahora debe basarse más
en la ciencia y que el arte debe reencontrar su rumbo, y que hay poner de nuevo
a la técnica en su sitio, para el desarrollo y no apenas para los negocios,
incluyendo desde luego a la arquitectura y a las ciudades que esta conforma. Y
así lograr que la estética urbana sea común culturalmente a la mayoría de los
habitantes en cada lugar, desde el edificio, la calle y el barrio, a la ciudad.
Que para que las ciudades sean
sostenibles se privilegie el trasporte masivo público, múltiple pero integrado,
y se dé prioridad a peatones y andenes. Igualmente la energía solar para la
industria, el comercio y la vivienda, el reciclaje de las aguas servidas y
lluvias, y la renovación del patrimonio construido impidiendo el desperdicio
que implica su demolición total. Y la brutalidad cuando además es de interés
cultural, pero igualmente la urbanización descontrolada y la destrucción de la
naturaleza y la biodiversidad.
Que la unión libre lo sea para todo
tipo de parejas y que todas puedan adoptar niños, comprobando su solvencia
ética, educativa, mental, de salud, económica y legal, y que se eduque a la
gente para que tenga menos hijos justamente pensando sus posibilidades para a
su vez educarlos bien. Que se legalicen todas las drogas, mientras no causen
problemas a los otros, y la muerte digna, solicitada por la persona, o su
familia si es del caso pero avalada por un consejo médico.
Que la sociedad sea laica y las
tradiciones como la lengua, comida, vestido, recreaciones y otras se conserven
pero solo en sus lugares de origen, y sin molestar a los demás en otras partes,
y lo mismo con todas las religiones. Pero que se eliminen las fronteras: que la
gente “sea” de donde habite. Que la educación cívica y básica deba ser para
todos y que la profesional sea gratuita más solo para los mejores estudiantes y
en las mejores universidades.
Que todas las personas particulares paguen
un solo impuesto creciente deducido automáticamente de sus ingresos, y que la
propiedad privada desempeñe de verdad una función pública y sea expropiable
para beneficio público, y pague solo un impuesto predial de acuerdo con su
valor comercial. Que la Justicia sea sencilla, radical y lo más tecnificada que
se pueda, pero que se revise periódicamente.
Que
lo público prime sobre lo privado; que el voto sea obligatorio y las mayorías
lo sean de verdad y no la mitad más uno. Que los ciudadanos elijan a los concejales
de sus ciudades, los diputados a las asambleas y los representantes al
congreso, y los distintos gremios y la academia nombren sus propios
representantes a cada una de estas instancias, y las dos primeras
respectivamente designen alcaldes y gobernadores.
Y los presidentes ¿qué remedio por
ahora? si por voto universal, pero meditar en asuntos como los expuestos
arriba, y en un mundo cada vez más globalizado y no siempre para bien, y no
solamente en el país y la familia, ayudará a votar mejor en las próximas
elecciones, las que serán cruciales para el futuro de todos, tanto el inmediato
como el posterior.
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