Según la psicóloga Nicole K.
Speer, al leer se recrea lo imaginado de tal forma que se activan las mismas
zonas cerebrales que cuando se observa algo que realmente está sucediendo (Yaiza Saiz, Los beneficios de la lectura, La Vanguardia 13/06/2012). Y, como dice Jotamario Arbeláez, “hay libros para todo, para todos y para todo momento”
(El País 06/09/2016). Así, leer una novela es como estar viviéndola, y se puede “vivir” la relación de vida, arquitectura y ciudad.
Entonces por qué no escribir sobre Cali para que los que lean puedan ver más y
mejor lo que es de verdad bello aquí aparte de las caleñas que todos vemos.
Como las garotas de Ipanema, esas “coisas mais lindas, mais cheias de graça”, las caleñas ondulan al caminar como las
habaneras, y sin duda son las mujeres que más bellamente se mueven en la
Tierra. Todo un “reclamo” básico pero civilizado, y pueden ser de cualquier
parte pero es en Cali en donde han aprendido a sortear en la mera calle buses, carros,
motos, bicicletas y otros peatones, iniciándose en su caminar bailado, que de
lejos las distingue aunque ya estén caminando por los amplios andenes de otras
ciudades más bellas, es cierto, pero sin ellas.
Leer
sobre el blanco conjunto de La Merced con sus ocres techos, el rojo oscuro de
la Torre Mudéjar y san Francisco, hoy la Anunciación, que fue blanca, y san
Francisco nuevo que se quedó sin revoque dejando a la vista su rojo ladrillo, o
la roja FES hoy Centro Cultural de Cali, que habría que pintar de blanco, o el
verde de cualquier calle que conserve sus árboles, y no son pocas, y el
cristalino río Cali arriba, o los dos cerros que podrían ser muy verdes, la
cordillera atrás que aún lo es, la ancha planicie del valle cuyo verde se
degrada a la distancia, y los azules, altos y escarpados Farallones sin nubes
que los cubran.
La
Torre de Cali sin duda emociona, parte fundamental de la belleza, cuando
repentinamente aparece hacia el cielo azul al salir del negro y “túnel” de la
Avenida Colombia, o como en el azaroso cruce en carro o caminando por Siete
Esquinas, en el que los taxis amarillos que paran allí en cualquier parte
anulan lo gris de las construcciones de ese extraño espacio urbano que corona
en lo alto el contundente y bello relieve de Miraflores, cuyo bello nombre ya
conduce a la extraña belleza de esas siete esquinas tan carentes de ella, pues
aquí lo que no las deja ver no son las caleñas sino el tránsito caleño.
Y
cómo emociona el bello recuerdo de la larga alameda de grandes y verdes samanes
de la calle quinta, desde el Parque de los estudiantes hasta el Ingenio
Meléndez, y la de la Carrera Primera en la salida a Palmira, que se rememoran
viendo lo que queda de la de la salida a Yumbo y que pueden ver los que no
conocieron las otras siete que embellecían la ciudad, o mirado la que hay saliendo de Palmira hacia
Buga. Y por supuesto son muy bellas las grandes ceibas que custodian al Libertador
en el Paseo Bolívar
En
fin, los diversos zaguanes, recintos abiertos como cerrados, largos corredores,
varios patios y solar, pues siempre es uno solo, que se recorren por
circulaciones acodadas y de cambiante altura con altos clerestorios en una
repetida belleza, al lento paso del día y mucho más con la Luna llena, en
cierta casa de cierto barrio de esta ciudad, una de cuyas esquinas, de muy
austeras casas blancas de ocres techumbres, es de las más bellas que si hay en
Cali pero que al parecer nadie mira por andar viendo el bello caminado de las
caleñas.
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