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La función. 21.01.2017


       Como se dijo en una columna anterior respecto al emplazamiento de edificios y ciudades en ¿Qué es la arquitectura? y 100 preguntas más, 2016, Rasmus Waern y Gert Wingärdh también se refieren al uso de los edificios y dicen al respecto que “lo que resulta tan inusual de la arquitectura contemporánea es que no existe una respuesta definitiva con respecto a lo que es correcto y a lo que no” (p. 11) pues “las vidas cambian y con ellas los edificios” (p. 13), y es justo por eso que “el entorno construido rara vez se adecua con exactitud a las categorías de bueno o malo” (p. 45)

       Y recomiendan dos maneras de equipar a las construcciones para facilitar sus cambios venideros: “Una consiste en proporcionar unas dimensiones que sean suficientemente generosas, así como distribuciones en planta flexibles, que puedan reorganizarse sin que se requirieran intervenciones drásticas“  y la otra “se basa en el empleo de sistemas constructivos flexibles” (p. 14).
                                                                                                                                                                          También señalan que “hemos fallado si la impresión más duradera que tenemos de nuestras casa es la rapidez con que se han erigido” (p. 18). Y recuerdan lo dicho por Winston Churchill con motivo de la reconstrucción del Parlamento en Londres después de la guerra: “Damos forma a nuestros edificios; y, a continuación, ellos nos dan forma a nosotros” pero advierten con razón que “por suerte, eso no siempre es cierto” (p. 19).

      Y recuerdan que “existe la arquitectura y la Arquitectura” y como la arquitectura con minúscula “trabaja con estilos y tipologías, sobre todo en el diseño residencial, en lugar de inventar una nueva” pero que “esperamos encontrar Arquitectura en la mayoría de los edificios públicos...” y como “la primera crea nuestro entorno [y] la segunda, nuestro ambiente, el centro de nuestras vidas” concluyendo que “ambas son cruciales” (p. 37)

      De un lugar de culto “se espera que su arquitectura exprese algo celestial” (p. 30), pero que “la utilización eficiente del espacio es […] la forma más rentable y ecológica de construir” (p. 46). “Un velero pequeño [o una vivienda] puede convertirse en un buen lugar por estar bien diseñado, pero también por la extensión del océano [o la ciudad] pero la comodidad no es solo la ausencia de malestar: se trataría de [algo] tecnocrático, vacío” (p. 61)  pero “el cliente no sabe qué tipo de arquitectura quiere. Si lo supiera, no necesitaría al arquitecto” (p. 62) aunque sí para concretarla habría que aclarar.
                                                                                                                                                                         Finalmente recuerdan que “por la lucha contra la tuberculosis [se] nivelaron los edificios antiguos para permitir la entrada del sol y del aire fresco, y los nuevos se erigieron con el mismo objetivo, y no solo los hospitales vanguardistas, sino también barrios enteros” (p.68), y que ahora “el auténtico reto consiste en construir edificios de tal utilidad que precisemos menos espacio sin perder nuestra dignidad: Es una cuestión de eficacia artística” (p. 82) pues “la idea de construir edificios que se ajusten a su objetivo […] es tan antigua como la arquitectura misma” (p. 99)

    “Una vivienda pequeña puede parecer más espaciosa si se eliminan algunas paredes […]  serían como las casas de Pompeya: un paisaje denso interior, con patios soleados y estancias con una luz tenue, dentro de grupos compactos” (p. 87). Tal es el caso de nuestras casas coloniales compuestas de recintos cerrados para la noche y corredores para el día, espacios con solo una pared al fondo y sí mucho dos a los lados; ya sea hacia el exterior en el campo o hacia el interior en las ciudades.

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