Como se dijo en una columna anterior respecto al emplazamiento de
edificios y ciudades en ¿Qué es la
arquitectura? y 100 preguntas más, 2016,
Rasmus Waern y Gert Wingärdh también se refieren al uso de los edificios y
dicen al respecto que “lo que resulta tan inusual de la arquitectura
contemporánea es que no existe una respuesta definitiva con respecto a lo que
es correcto y a lo que no” (p. 11) pues “las vidas cambian y con ellas los
edificios” (p. 13), y es justo por eso que “el entorno construido rara vez se
adecua con exactitud a las categorías de bueno o malo” (p. 45)
Y
recomiendan dos maneras de equipar a las construcciones para facilitar sus
cambios venideros: “Una consiste en proporcionar unas dimensiones que sean
suficientemente generosas, así como distribuciones en planta flexibles, que
puedan reorganizarse sin que se requirieran intervenciones drásticas“ y la otra “se basa en el empleo de sistemas
constructivos flexibles” (p. 14).
También
señalan que “hemos fallado si la impresión más duradera que tenemos de nuestras
casa es la rapidez con que se han erigido” (p. 18). Y recuerdan lo dicho por
Winston Churchill con motivo de la reconstrucción del Parlamento en Londres
después de la guerra: “Damos forma a nuestros edificios; y, a continuación,
ellos nos dan forma a nosotros” pero advierten con razón que “por suerte, eso
no siempre es cierto” (p. 19).
Y
recuerdan que “existe la arquitectura y la Arquitectura” y como la arquitectura
con minúscula “trabaja con estilos y tipologías, sobre todo en el diseño
residencial, en lugar de inventar una nueva” pero que “esperamos encontrar
Arquitectura en la mayoría de los edificios públicos...” y como “la primera
crea nuestro entorno [y] la segunda, nuestro ambiente, el centro de nuestras
vidas” concluyendo que “ambas son cruciales” (p. 37)
De
un lugar de culto “se espera que su arquitectura exprese algo celestial” (p.
30), pero que “la utilización eficiente del espacio es […] la forma más
rentable y ecológica de construir” (p. 46). “Un velero pequeño [o una vivienda]
puede convertirse en un buen lugar por estar bien diseñado, pero también por la
extensión del océano [o la ciudad] pero la comodidad no es solo la ausencia de malestar:
se trataría de [algo] tecnocrático, vacío” (p. 61) pero “el cliente no sabe qué tipo de
arquitectura quiere. Si lo supiera, no necesitaría al arquitecto” (p. 62) aunque
sí para concretarla habría que aclarar.
Finalmente
recuerdan que “por la lucha contra la tuberculosis [se] nivelaron los edificios
antiguos para permitir la entrada del sol y del aire fresco, y los nuevos se
erigieron con el mismo objetivo, y no solo los hospitales vanguardistas, sino
también barrios enteros” (p.68), y que ahora “el auténtico reto consiste en
construir edificios de tal utilidad que precisemos menos espacio sin perder
nuestra dignidad: Es una cuestión de eficacia artística” (p. 82) pues “la idea
de construir edificios que se ajusten a su objetivo […] es tan antigua como la
arquitectura misma” (p. 99)
“Una vivienda
pequeña puede parecer más espaciosa si se eliminan algunas paredes […] serían como las casas de Pompeya: un paisaje
denso interior, con patios soleados y estancias con una luz tenue, dentro de
grupos compactos” (p. 87). Tal es el caso de nuestras casas coloniales
compuestas de recintos cerrados para la noche y corredores para el día,
espacios con solo una pared al fondo y sí mucho dos a los lados; ya sea hacia
el exterior en el campo o hacia el interior en las ciudades.
Comentarios
Publicar un comentario