Hace más de un año se propuso al Consejo Departamental de
Patrimonio Cultural del Valle del Cauca
declarar como Bienes de Interés Cultural sus imponentes paisajes, los libros
que hablan de ellos, como María y El Alférez Real, o la poesía de Ricardo Nieto o Carlos
Villafañe o la música bucólica de Salospi; igual que
su biodiversidad, una de las mayores del mundo. Y para redondear esta secuencia
tan determinante de clima, relieve, paisaje y tradiciones, también se ha
propuesto que sea declarada de interés cultural la comida vallecaucana.
Declaraciones que se sumarían a las de un puñado de casas de hacienda,
estaciones del tren, edificios públicos, iglesias y cementerios, que ya lo son
junto con la marimba y las “cantaoras” del Pacífico, y lo que nos toca del
Paisaje Cultural Cafetero declarado recientemente Patrimonio de la Humanidad.
Estas declaratorias no demandarían casi ningún gasto y su
beneficio cultural sería enorme para unas regiones que han cambiado tan
rápidamente en el último siglo, razón por la cual presentan graves problemas de
identidad que redundan en la calidad de su vida cotidiana en la que es
permanente el irrespeto por los otros, llegando a esa violencia de la que tanto
nos quejamos hoy. Además, dichas regiones son al menos tres muy diferentes: la
costa pacífica, de gran pluviosidad y en donde Buenaventura es la ciudad más
húmeda del mundo, el plan del valle del río Cauca con sus respectivos
piedemontes, una de las regiones más fértiles del planeta y cuya belleza
destruimos y olvidamos cada vez más, y las vertientes de la Cordillera Central
y la Occidental, las norte y las sur, diferentes entre ellas.
Identidad es el conjunto de rasgos propios de una colectividad, que
la caracterizan al darle conciencia de
ser ella misma y distinta a las otras. Lo que se dificulta en un Departamento
no solo por sus dos grandes regiones, el valle interandino y la costa pacífica,
si no también y sobre todo por el reciente desplazamiento poblacional entre
ellas, que ha llevado a que Cali sea la mayor ciudad con población negra del
país (todos somos afrodescendientes) y la segunda en el continente después de
Salvador. Tenemos que conocer sus diferentes patrimonios, respetarlos y
compartirlos. Una transculturación que enriquezca en lugar de causar
discordias, y que ayudaría a que no sigamos las modas que nos imponen
norteamericanos y europeos (J. Cárdenas,
El arte serio no puede ser moda, El Tiempo, Bogotá 13/03/2012).
Hibridaciones producto de gentes distintas (N.
García Canclini, Culturas híbridas /
Estrategias para entrar y salir de la modernidad, 1990): indígenas,
europeos y africanos del Magreb como del África central, unidas por climas y
topografías que determinan paisajes y tradiciones, que son precisamente el
objeto de las declaratorias propuestas. Paisajes que se pueden
observar desde las cordilleras hacia el plan o el mar, o de estos hacia
ellas, y por supuesto considerados en su
aspecto artístico; en su belleza, que como dice el diccionario es esa propiedad
de las cosas que hace amarlas, infundiendo deleite espiritual, propiedad que
existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas. Pues “¿De qué
sirven las vanas leyes si las costumbres fallan?”, sentencia clave de la
educación ciudadana atribuida a Horacio.
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