Muchos coinciden a propósito del TLC en que el cuello de botella del
comercio son las carreteras, pues ya no tenemos tren, y la realidad es que este
ha sido históricamente un país aislado entre sí y con el exterior por la
geografía. Las tres altas cordilleras lo dividen, la densa selva del Darién
separa sus cacareados dos mares, los llanos orientales son interminables y
vacíos y al Amazonas solo se puede ir en avión como si fuera otro continente.
Esta geografía no solo ha permitido que subsistan las guerrillas, sino que ha
producido un cierto rasgo cultural que propicia el atajo y el que no se echen
de menos las carreteras (y no en vano tuvimos la segunda línea aérea en el
mundo). Y de ahí que tampoco echemos de menos las calles, lo que es peor ahora
en que la gran mayoría vivimos en las ciudades.
Principiando por los andenes pues estamos acostumbrados a caminar
por donde se pueda, y no echamos de menos los que son amplios, llanos y
arborizados pues nunca los tuvimos; apenas estrechas aceras. Y adoradores de
carros, como somos, vemos como lo más natural del mundo que los trepen a los
maltrechos andenes que hay, obligándonos a pasar como podamos o a bajarnos a la
calzada, la que muchos prefieren pues al menos es llana y continua, por lo que
es muchísimo mejor para caminar. Por eso no entendemos, del Alcalde para abajo,
que una ciudad sin andenes no es tal ciudad, ni que no se puede mejorar el
tráfico de vehículos sin al mismo tiempo
organizar el de los peatones. Y menos lo entenderán los que antes que buenos
andenes tuvieron grandes carros y costosos relojes para medir su prestigio que
no el tiempo.
Esos buenos vivideros de los que tanto se habla solo serán de
verdad cuando tengamos andenes amplios y arborizados en las calles que, como
reza en el DRAE, son nada menos que el “exterior urbano de
los edificios”. Por ahora en Cali solo tenemos el clima
maravilloso que mencionan todos los extranjeros (aunque con el cambio climático
lloverá cada vez mas), pero lamentablemente el hecho es que aquí preferimos
aire acondicionado, carros, puentes y “torres” , que defendemos como
“modernos”, “desarrollo” y “progreso”, a
brisas y sombras que refrescan, peatones, andenes y edificios paramentados y
entre medianeras, pese a que son los que conforman las más bellas calles
tradicionales de muchas ciudades en Europa, como también los hermosos cascos
coloniales de las nuestras, que supuestamente tanto nos gustan.
Pero desde luego habría que preguntarse por qué son bellas esas
calles paramentadas y de alturas regulares. A falta de mejor ejemplo, son como
una bella sonrisa: lo que importa es su regularidad y uniformidad, más que cada
diente, los que no son precisamente bellos, y el más feo es preferible a un
hueco. Más no olvidemos que aquí se usó el ponerse dientes de oro, lo que
seguimos haciendo pero ahora en nuestras desbaratadas calles, en las que los
nuevos edificios los preferimos más altos, como insólitos colmillos en
cualquier parte, cubiertos no de caries sino de avisos o vidrios de colorcitos.
O demolemos lo que existe, dejando huecos ociosos, al tiempo que tapamos los bellos paisajes de montañas que
rodean nuestras ciudades andinas con desmesuradas propagandas exteriores como
si ya no nos importaran.
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