Alguien dijo que cómo es eso de que queremos que el Estado dé soluciones a nuestros problemas si el problema es el Estado mismo. En este
sentido, cómo podemos pretender que los alcaldes puedan arreglar los muchos
problemas de esta ciudad, si el problema es que llevamos décadas eligiendo a los
“menos malos”, y que duran apenas cuatro años (los malos no serían reelegidos),
periodo que sería suficiente si apenas se tratara de administrarla y no de
planificar su acelerado y considerable crecimiento. Además les toca seducir con
dadivas y coimas a unos concejales en general desconocedores de las soluciones
urbanas y que poco representan a los ciudadanos pues no recogen sus problemas
ni inquietudes, ni han sido elegidos para eso por minorías compradas por sus
“maquinarias electorales”.
Por eso el Concejo de la ciudad debería estar conformado por líderes
elegidos por los diferentes sectores económicos (industriales, comerciantes,
consumidores y trabajadores), sociales (vivienda, salud, deportes y recreación)
culturales (educación, manifestaciones artísticas y científicas) y técnicos
(organizaciones gremiales de urbanistas, arquitectos e ingenieros) de la ciudad,
en una suerte de democracia participativa, como por representantes elegidos
democráticamente en las diferentes agrupaciones de comunas (Centro, Norte, Sur,
Este y Oeste) de la ciudad. Es decir, un Consejo de no más de unas veinte
personas, que se cambian cada vez que sus representados lo consideren
necesario, en el primer caso, y en elecciones periódicas en el segundo. Y por
supuesto, todos con estudios, conocimientos o experiencia comprobados, y pertenecientes o no a los partidos
tradicionales.
Al tiempo habría que retomar la figura de la Junta Directiva de la
Secretaría de Planeación, eminentemente técnica y que existió anteriormente y
funcionaba eficazmente, con representantes de las escuelas de urbanismo, arquitectura
e ingeniería locales, y de las agremiaciones profesionales pertinentes. Junta
que debería resolver las excepciones a las normas vigentes, y avalar en primera instancia las modificaciones
al Plan de Desarrollo de la ciudad, las que finalmente deberían ser aprobadas
por el Consejo Municipal, lo que sería una de sus tres únicas funciones, pues el diseño urbano, que es como se concreta la
planeación física, depende, por supuesto aunque no del todo, de la planeación
económica, social y cultural, y solo en últimas debería ser un asunto de mera
política.
Por eso la segunda
función del Concejo tendría que ser plantearle a dicha Junta, y a través de
ella a Planeación, los problemas de los ciudadanos y de los diferentes
sectores, económicos, sociales, culturales de la ciudad. Finalmente, la tercera
función sería continuar ejerciendo el control del Gobierno Municipal, pero no
para su propio beneficio, como ahora, sino para el de la ciudad. Pero como es
del todo ingenuo pensar que el Concejo actual se pueda auto reformar, pues no
queda otra manera que ejercer el voto en blanco para comenzar a eliminar a los
politiqueros de la política vallecaucana. Y nacional, pues una reforma fondo de
los Concejos Municipales deberá pasar por el Congreso, y en otras partes se ha
reducido a una sola cámara a base de votar en
blanco por los aspirantes a la otra.
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