Rasmus Waern y Gert Wingärdh en ¿Qué es la
arquitectura? y 100 preguntas más, 2016,
desde luego también hablan de los arquitectos, y al respecto recuerdan como con la arquitectura moderna “resultaba
sencillo estar de acuerdo con [sus] comodidades aunque no con su estética [y]
debido a que cada uno parecía que tenía su propia idea de lo que era belleza,
el enfoque más racional consistió en ignorar el tema” (p. 10), y por supuesto el
problema es que “la arquitectura extraordinaria exige habilidades
extraordinarias (p. 11) y que no toda debe serlo: de hecho la mayoría.
“En la época en la que
todo el mundo conocía las reglas […] resultaba más sencillo conseguir que todo
el mundo marchara al mismo paso [y] cualquier buen estudiante era capaz de
producir una buena arquitectura [y] el hecho de que esta fórmula desapareciera
no significa que no pueda volver a imponerse [pues] estuvo presente durante más
de mil años” (p. 11) y el punto es que ”reutilizar una solución antigua es una
forma de renovar la arquitectura [pero] no existe motivo para inventar algo si
no va constituir una mejora ” (p. 15). U otra alternativa, cabe pensar.
“¿Los arquitectos deben
pensar en todo? Si. Eso es exactamente
la arquitectura [y] en contraposición con los problemas técnicos, los defectos
artísticos rara vez pueden corregirse más tarde” (p. 11). “El arte plantea
preguntas; la arquitectura las responde”
(p. 22). Es precisamente lo que diferencia la arquitectura de las otras
artes y por eso “los edificios, o al menos su reputación, a menudo sobreviven a
sus creadores” (p. 21) y de ahí que “conseguir que se publique el propio
trabajo es la única forma que tienen los arquitectos o los edificios de
forjarse un nombre” (p. 26).
“Antes que [Imhotep,
siglo XXVII a. EC.] hubo también otros arquitectos [basta imaginar] el momento
en que las primeras pieles de animales se colocaron en el suelo” (p. 41). “La
arquitectura es un selfie colectivo”
(p. 50). “La arquitectura contemporánea se halla, por tanto, vinculada de una
manera inseparable a los concursos arquitectónicos, del mismo modo que la
sociedad contemporánea está relacionada con la competición por sí misma” (p.
53). Para bien y para mal, habría que
anotar, pues infortunadamente siempre dependen de las bases y sobre todo de los
jurados.
Al fin de cuentas “lo que
importa son el clima, el terreno y la sociedad” (p. 58). “Sin edificios,
ninguna civilización, ni siquiera la de especie humana, puede sobrevivir” (p.
71). “Cada época tiene su propia moral: la sostenibilidad es la más importante
en la nuestra” (p.75). La arquitectura “tiene poca relación con los cálculos [y
sus] parámetros más importantes […] son el hombre y sus sentidos” (p. 89). “¿No
pueden los arquitectos hacerlo bien desde el principio? No. Diseñar es aprender”
(p. 90), y sin duda “la incerteza puede ser la esencia del proceder creativo”
(p. 91).
Y, finalmente, responden
al título de su pequeño libro: “¿Que es un arquitecto? Un constructor jefe” (p.
94). El caso, pues, es que la palabra arquitecto viene del latín architectus, y este de Architéktön, del griego clásico arkhé (mando) y téktön (obra), y designa a ese personaje, mezcla de artista y
técnico, que proyecta edificios y espacios urbanos para el ser humano
atento a su correcta construcción posterior, además de que, como lo señalan
Waern y Wingärdh, “deben perfeccionar su diseño de los detalles” (p. 67).
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