La
contrapropuesta a una modernidad acrítica que han hecho algunos arquitectos en
Cali, desde mediados del siglo XX, como Rodrigo Tascón (1930-2014), Rafael
Sierra ( ), Álvaro Thomas, y más
adelante Oscar Mendoza, Jaime Beltrán y el autor de la presente columna, y
últimamente Mauricio García, se basa en que la búsqueda de una arquitectura
apropiada, sea social, técnica y culturalmente racional, trabajando sobre problemas
particulares en un contexto regional, independiente de los modelos
internacionales o simplemente bogotanos.
En este
sentido, si bien se reconoce que la arquitectura moderna en la capital alcanzó
una especificidad, expresada en el carácter especial de su repertorio formal,
este no debe ser tomado como modelo para ser copiado, sino que debería
seguirse, más vale, la lógica de su proceso, para encontrar una expresión
específica que responda a las condiciones de clima, relieve, luz, materiales y
formas en el paisaje natural y urbano regional y en sus tradiciones
constructivas y arquitectónicas.
La recuperación
de patrones de color, tipos organizativos, formas y elementos constructivos,
que se consideran propios y apropiados, busca restablecer una tradición viva
frente a entornos informes y anodinos. El problema es, cómo pasar de la
relación física y circunstancial del proyecto con su entorno a unas relaciones
poéticas y evocadoras, que si bien apelen a la memoria, trasciendan toda carga
meramente figurativa previa.
Es la reelaboración de formas tipológicas
tradicionales relacionadas con la vivienda, intentando capturar su ambiente
tradicional con un repertorio formal de origen moderno, logrado condensar
imágenes, formas de vida y espacios. Encontrar nuevas relaciones entre lo viejo
y lo nuevo, buscando que se potencien mutuamente dotando de nuevos significados
y usos al edificio,
Son los
objetivos que se infieren en el edificio El Azafrán de Tascón, en el Peñón, y
que se ha propuesto explícitamente el autor de la presente columna en sus
intervenciones en casas viejas del barrio San Antonio. O el conjunto de tres
casas en fila diseñado y construido por García, en una esquina junto a uno de
los parques de San Fernando, del que ya se ha hablado (B. Barney, El País,
Cali, Otro buen ejemplo, 28/04/2005),
probablemente la obra más interesante en Cali en la última década.
Todas
estas preocupaciones han tenido necesariamente que incluir un trabajo
crítico-histórico sobre las arquitecturas y ciudades regionales, que ha
permitido en gran medida su real valoración y una salida teórica y un cambio
de actitud respecto al patrimonio arquitectónico y urbano. Hay que mencionar,
los trabajos en la Universidad del Valle de Jacques Aprile-Gniset, Ramiro
Bonilla, Carlos Botero, Ricardo Hincapié, Carlos Zapata, Francisco Ramírez y el
autor de la presente columna, entre otros.
Estos trabajos a su vez, han implicado también la
superación del monumento y su restauración como único problema del patrimonio y
sacado la discusión de un terreno especializado extendiendo el interés a la
preservación del paisaje y la defensa de la ciudad, como el mayor patrimonio de
la comunidad, y dado lugar a nuevas formas de intervención como los llamados
"reciclajes". Compromiso crítico con la región, con el paisaje, con
el entorno culturalmente definido, antes que con un espacio universal y
abstracto.
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