Si bien las formas son las que primero emocionan en la
arquitectura, pues la vista periférica es la más importante en el sistema perceptivo,
nos sentimos forasteros ante los escenarios contemporáneos en los que se
elimina la percepción que se tiene de ellos, pues además de la visión,
intervienen sonidos y olores, y los tres son una prolongación del tacto.
Como dijo George Berkeley, el célebre filósofo irlandés, ya en el
siglo XVIII, “la vista necesita de la ayuda del tacto, que proporciona
sensaciones de solidez, resistencia y protuberancia; separada del tacto, la
vista no podría tener idea alguna de distancia, exterioridad o profundidad, ni,
por consiguiente, del espacio o del cuerpo”, lo que es evidente.
Son las diferentes intensidades de los sonidos las que producen
emociones en los edificios y espacios urbanos. Se oyen silencios, murmullos y
ecos producidos por el agua, el viento, la lluvia, los pájaros, las pisadas y
las voces. Por lo tanto el control relativo pero deliberado de su origen,
volumen, eco, reverberación y resonancia es parte de la arquitectura, igual que
se convierten en música los ruidos naturales incluidos en la música; o que en Cali
la bulla se volvió ciudad.
Los malos olores, por su parte,
pueden ser molestos, en ocasiones mucho, o causar rechazo, afectando la
calidad de vida de la gente, por lo que pueden ser considerados como una forma
de contaminación ambiental. Finalmente, el tacto permite percibir
cualidades de los objetos como la presión, temperatura, humedad, aspereza, suavidad, dureza y demás.
Como Juhani Pallasmaa,
opina (Los ojos
de la piel: la arquitectura y los sentidos, 2005), la importancia del tacto para la mejor experiencia y comprensión del
mundo pone en cuestión la hegemonía del sentido de la vista. Pero ya desde el
Renacimiento se creó una jerarquía de los sentidos, desde el más elevado, que
es la vista, al más bajo, el tacto, relegándolo así al último lugar. Pero aquí
ciegos que somos lo más elevado es el ruido.
Y la arquitectura actual, dice él, se ha limitado a tratar de
agradar sólo a la vista dejando de lado los otros sentidos y, pese a su
creciente crítica en contra, no ha sido fácil volver a una arquitectura de los
sentidos, como la hicieron Mies, Le Corbusier, Kanh , Wright, Aalto, pero
igualmente Barragán o Salmona, y menos ahora cuando además la tecnología separa
aún más todos los sentidos, y ahora se oye la música pero no se ven los
músicos.
Vista y oído son socialmente privilegiados y los otros sentidos se
consideran privados. Más la arquitectura genera impresiones indivisibles, y no
se experimenta sólo con visuales aisladas sino que es una experiencia completa.
A partir de nuestras propias experiencias y conocimientos se debe crear una
arquitectura que exprese pensamientos y razones pero igualmente olores, gustos
o texturas que han surgido con el tiempo, concluye Pallasmaa.
A lo largo del proceso de proyectación es necesario tener en
cuenta todos los componentes que hacen posible la emoción, por lo que es
preciso estudiar el cuerpo humano y la mente. Para que cuando alguien
conozca una obra le recuerde a cosas vividas y experimentadas antes. Es el nexo
entre el “yo” y la cultura a través de
los sentidos, lo que insisten en impedir los que siguen demoliendo el
patrimonio construido de Cali.
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