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El embrollo de la enseñanza. 12.04.2014

   La arquitectura la enseñan cada vez más profesores teóricos, lo que está bien,  pero no también practicantes de la arquitectura, lo que está mal.  Y en el taller de proyectos, en el que debe se debe sintetizar todo, se insiste en (supuestamente) hacer proyectos en lugar de practicar ejercicios, pero ni siquiera se simulan clientes, promotores, presupuestos y normas, y se realiza apenas uno por semestre, o sea que se practica muy poco. Cada vez hay menos profesores que ejerzan independientemente el oficio y más escuelas, y ya no hay suficientes arquitectos importantes que enseñen, como antes, y toca concentrarse en el estudio sistemático de las obras más relevantes y pertinentes para cada ciudad, como es notoriamente el caso de Hispanoamérica.
                                                                                                                                                                      Pero pretender analizar un edificio sin vivirlo o siquiera conocerlo, como se suele hacer en las escuelas de arquitectura, es por lo menos incompleto. Y por eso hay que primero conocer ciudades, al menos un par al semestre: La Habana, Cartagena, Portobelo, Puerto Cabello,  Mompox, Santa Fe de Antioquia, Barichara, Bogotá, Popayán, Quito, Panamá, Buenaventura. Brasilia, Paris, Barcelona y  Berlín; y la Alhambra y Santa Fe…y Nueva York y Caracas y Bogotá. Y principiar por la propia, que suelen ser tan desconocidas. Así se entenderá eso de clima, paisaje y tradición, de que hablaba Le Corbusier (Oeuvre complete 1938-46, 1955), y que en los Andes hay que agregar lo de la topografía, tan definitiva en sus ciudades recostadas a altas cordilleras.
                                                                                                                                                                      La Habana, Cartagena, Portobelo y Puerto Cabello, ciudades fortificadas, muy posteriores a las europeas, muestran como fueron las ciudades coloniales  de los siglos XVII y XVIII en el Caribe. Mientras Mompox, Santa Fe de Antioquia, Barichara, Popayán o Quito, ilustran  las ciudades de manzanas cerradas y casas de patios del Siglo XIX en el interior de los Andes; y Panamá, Buenaventura o Guayaquil como son las del Pacifico. En Paris y en el Ensanche de Barcelona se pueden ver las reformas urbanas de finales del siglo XIX e inicios del XX, y Brasilia es la única ciudad de verdad moderna. Y en Berlín la primera Interbau, IBA, (1957) se inspira en la arquitectura y urbanismo modernos, mientras la segunda (1979-1987) vuelve a lo tradicional, además de mostrar la importancia de un gran parque central, como el de Nueva York o el de Caracas o el de Bogotá.

   Finalmente, de Granada y su Alhambra en lo alto, y de la “bastida” (construcción reciente) de Santa Fe, el campamento militar levantado por orden la Reina Isabel la Católica en 1482 cerca de la ciudad sitiada, viene casi toda la tradición de las villas coloniales de lo que fue la Gran Colombia, de cuya arquitectura y urbanismo tanto hay que aprender. Y no solo por su sostenibilidad, contextaulidad y facilidad de crecimiento, hasta volverse ciudades, basado en calles ortogonales que limitan manzanas cerradas con casas entre medianeras, de medios patios y solares, de las que Brasilia es, a otra escala, la antitesis con sus “súper cuadras” y edificios exentos. Ciudades tradicionales que se adecuaron a diferentes climas, topografías y paisajes, generando una tradición, que se abandonó por el afán de ser “modernos”.

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