Escribe Eduardo Punset que: “El
propósito de la teoría científica no consiste en limitarse a observar la
naturaleza, sino en facilitar las normas para manipular los objetos estudiados
y el lenguaje necesario para controlar y transmitir los resultados.” (El viaje a la vida, 2014, p.95).
Justamente por eso mismo es que la finalidad de analizar obras arquitectónicas
visitándolas, sea el facilitar su entendimiento, como también, posteriormente,
la composición de nuevas obras, para lo cual es definitivo usar un lenguaje
preciso.
Lenguaje conciso que en últimas
es el que acopian los diccionarios,
que, como lo define el Diccionario de la lengua española, DRAE, precisamente, son libros, impresos o virtuales, en los que
se recogen y explican de forma ordenada las voces de una o más lenguas, o los
términos de una ciencia, una técnica, un arte, un oficio o una materia
determinada, en este caso la arquitectura, la que por lo demás tiene que ver al
mismo tiempo con todos esos temas y se debe hablar de ellos con el mismo rigor,
y no con cómodas ambigüedades de moda.
Pero como bien dice Julio Cesar Londoño
(El Barney’s
Dictionary, El País, Cali 05/06/2013), los diccionarios
aspiran a examinar todas las palabras del tema pertinente, y definir es muy
difícil porque la definición tiene que ser tan amplia que quepan todos los
elementos de una cierta clase, y tan estrecha que excluya los de clases
semejantes. Mas la arquitectura, como piensa él, tiene la ventaja de que está a
caballo entre la ciencia y el arte, lo que permite aspirar al rigor sin
desmedro de la poesía. Hablar del arte con técnica y de la técnica con arte.
El lenguaje usado es inseparable del
oficio de la arquitectura, y relativo a las técnicas, materiales y modo de usarlos
y a las relaciones entre ellos en las obras, como dice Giorgio Grassi (Introducción al libro de H. Tessenow: Osservazioni
elementari sul costruire, 1974). Pero la mayoría de
las bellas palabras de los diccionarios de arquitectura, ya no se necesitan, y
muchas de las que se usan ahora en el país no son precisas, o no son usadas
correctamente, o son tomadas del inglés. Además algunos
neologismos necesarios apenas están apenas en proceso de consolidación, o
se necesitan algunas nuevas palabras.
De otro lado, los
diccionarios especializados pertenecen a un campo
determinado y proporcionan una breve información sobre el significado de sus
términos esenciales. Y en el caso del AZ:
Las palabras de la arquitectura, 2013, está organizado de dos maneras: según el proceso de proyectación siguiendo la famosa utilitas, firmitas y venustas de Vitruvio,
pero agregando el emplazamiento y el método; y al final en el orden alfabético convencional. Son las palabras indispensables a una arquitectura para nuestras
ciudades, topografías, climas, paisajes y tradiciones.
Como dijo Hemri Poincaré, “una
palabra bien elegida puede economizar no solo cien palabras, sino cien
pensamientos” (http://es.wikiquote.org). A lo que se puede agregar que evitar
tomarlas del ingles ayuda a pensar en una arquitectura propia y para el
trópico, frío, templado o caliente, y no la de moda en climas de estaciones.
Londoño dice que es otra utopía, pero Eduardo Galeano
las ve como metas en el horizonte que se alejan a medida que nos acercamos a
ellas (Me caí del mundo y no se como
entrar, 2010).
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