Como dijo de los artistas hace muchos años el conocido pintor Fernando
Botero -que eran las putas de la sociedad- los arquitectos lo son pero
del poder. Sin mecenas, y apenas con clientes, es poco lo que se puede hacer
aparte de ejercicios universitarios sobre temas que casi nunca se vuelven un
encargo en la vida profesional, y pequeños trabajos propios.
El comunista Oscar Niemeyer hizo palacios mientras que el pro nazi Frank
Lloyd Wright cientos de casas para gente común. Cuando se desmembró la Bauhaus,
Walther Gropius terminó en Estados Unidos mientras Hannes Meyer se fue
para la Unión Soviética en donde no duro mucho, y sus adelantadas ideas junto
con Hans Wittwer se quedaron en el papel.
Sin la empresa de bebidas fundada por Joseph E. Seagram, un
contrabandista enriquecido durante la Ley Seca, Ludwig Mies van der Rohe (en
colaboración con Philip Johnson quien de seguro fue el que consiguió el
encargo) se hubiera quedado en el Pabellón de Barcelona, que desde luego ya es
mucho. Aldo Rossi era de izquierda pero Carlo Scarpa de derecha lo que llevó a
que uno tuviera encargos importantes mientras el otro no tanto.
Es cierto que Miguel Angel sacó al Papa Sixto VI de la Capilla Sixtina
para que no interrumpiera su trabajo, pero era Miguel Angel, o sea una
excepción, y Howard Roark, el arquitecto héroe de “El Manantial“, 1943, de Ayn
Rand es, claro, pura ficción.
De ahí que lo oportuno sea hablar de arquitectura y no de arquitectos
como Santiago Calatrava que se quedaron sin encargos, demandados como él en
Venecia () y Valencia.
La arquitectura espectáculo promovida por los que aún creen en el
“efecto Bilbao” ya nadie la quiere por tramposa y costosa, como el museo de
Frank Gehry en Panamá. Salvo en Colombia donde cientos de arquitectos que se
gradúan cada año guardan silencio.
Pero sin mecenas, y apenas con clientes ignorantes o codiciosos, es poca
la arquitectura que se puede hacer pues los dioses, los grandes comitentes de
siempre, ya no precisan de templos. Por eso hay que exigir para todas las obras
públicas concursos de ideas y no de imágenes y con jurados idóneos, no como los
que otorgan premios a los imitadores de Zaha Hadid; o a ella.
Ya lo señaló Henry Hobson Richardson a finales del siglo XIX, pero toca
repetirlo cada tanto: el primer trabajo del arquitecto es conseguirlo, o como
lo dijo décadas después Marcel Breuer: “Un pintor hace algo y entonces lo
vende; un arquitecto lo vende primero y después lo hace” (Winthrop Sargent:
Profile of Marcel Breuer, 1971).
Vender oficio y experticia en variaciones tipológicas que obedezcan a
climas y paisajes y no falsa originalidad. Pero como escribió Aldo Rossi, “no
existe ninguna posibilidad de invención tipológica si admitimos que ésta se
conforma mediante un largo proceso en el tiempo, y que está en un complejo vínculo
con la ciudad y la sociedad” (La arquitectura de la ciudad, 1971).
Por eso es preciso ante todo estudiar y conocer lo propio, como en el
Taller Internacional de Cartagena, pues la tecnología aplicada a la
construcción debe combinar elementos tradicionales y novedosos para reducir la
huella de carbono en edificios y ciudades, que son los mayores generadores de
gases de efecto invernadero (Sophia y Stefan Beling: Sol Power, 1996).
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