Si bien el reforzamiento del puente colgante de Juanchito era un propósito urgente, hoy parece un remiendo de cables, todo un disparate
por tanto, y sin duda quedó como una extravagancia
diseñada por un émulo criollo de Santiago Calatrava, el arquitecto más
demandado del mundo, de quien ya se pretendió “tener” uno suyo en Cali. Pero
igualmente es un despropósito el puente en diagonal de Tecnoquimicas en la Cr.
7 con Cl. 23, pues ha debido ser un paso
subterráneo para no invadir el espacio urbano público,
La plazoleta del Correo, que igual que muchos
sitios en Cali ya no se llaman así, lo que es un despropósito, ya no es una
plazoleta pero tampoco un parque, es decir, quedó hecha un disparate. Y lo que
es todo otro despropósito fue pretender eliminar el samán existente para volver
a abrir una vía por todo su centro, lo que sería todo un desatino, pero su
costo si debió ser extravagante pues su total remodelación no era para nada
necesaria; solo era necesario su mantenimiento.
Y la plazoleta de la Caleñidad es otro
despropósito pues en ella no se puede realizar nada bien, como quedó en
evidencia en la Feria del Libro realizada allí el año pasado, ya que no es
abierta ni cerrada, ni larga ni cuadrada, ni cubierta ni descubierta y su suelo
está interrumpido. Y su nuevo nombre es un disparate, y que tal la extravagante
trompeta que le pusieron ahora para justificarlo, si es que se la puede nombrar
así pues tampoco es tal: que oso. ¿Y qué pensar del “bronceado” que cerca de
allí le pusieron a Bolívar?
Otro despropósito es en lo que va a quedar La
Sagrada Familia tanto si continúan con el bloque que ya asoma extravagantemente dos pisos sobre la fachada
principal del viejo colegio, como, mucho peor aún, si se abandona la obra por
no cumplir con las normas y haber demolido mucho de su interior, lo que fue
todo un disparate pues no apenas botaron a la caneca toda la obra negra
reutilizable sino el carácter del edificio, que es lo que hace que hoteles como
el Santa Clara en Cartagena valgan la pena.
Adefesios, finalmente, son los grafitos y murales
legales e ilegales que últimamente invaden las calles de la ciudad, tanto
bonitos como feos, ignorado que la imagen del espacio público urbano de las
ciudades debe responder a una estética común a sus habitantes. Pero, claro, en
Cali ya no hay muchos caleños que se puedan identificar con una tradición que
cambia más rápido que ellos. Y qué se puede esperar de alcaldes que no miran o
que incluso son ciegos.
Ojala que el puente peatonal que se ha
pensado para unir La Tertulia con la Casa Obeso, al otro lado del río Cali, y
que por ley debería ser un concurso público, no resulte otro adefesio (despropósito,
disparate, extravagancia, según lo define el DRAE),
como lo es el mal llamado bulevar del río: un supuesto paseo pero a pleno sol,
pues no podrá tener árboles a sus dos costados, y sin carros pasando lentamente
para poder mirar el paisaje y la gente, pues los rápidos y de afán ya van por
debajo.
Ante tanto adefesio vale recordar que hace
más de medio siglo Eduardo Caballero Calderón se preguntaba “por qué los
colombianos hemos perdido el gusto con el tiempo.” (El Aguilucho No. 128, 1960, p.8), y en esa misma revista de los
estudiantes del Gimnasio Moderno, Marta Traba aclara que: “El arte abre la
puerta opuesta a la de la ciencia.” (p. 21). El problema es que no todo es arte
(Avelina Lésper, El fraude del arte
contemporáneo, 2015) y además, cómo insistía Rogelio Salmona, la
arquitectura no solamente es arte.
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