Igual que sucede siempre en el campo, las ciudades se perciben a través de los sentidos: lo que se ve, se oye, se toca, se huele y se saborea; y si bien lo que las identifica en primer lugar son sus iconos más reconocidos, como a Cartagena de Indias por el Castillo de San Felipe, igual se las recuerda por sus demás imágenes visuales tradicionales, sus músicas, comidas y bebidas, o todo esto junto como en Granada que no es solamente La Alhambra, ni Estambul sólo Hagia Sophia.
En Cali hay mucho que mirar, como sus cerros, la alta cordillera atrás y el verde y amplio valle a sus pies, y en lo más alto los farallones; también está el Parque del Acueducto y el Mirador de Belalcázar, el Paseo Bolívar, los grandes árboles en algunas vías y parques; la Torre Mudéjar, la Merced, la Capilla de San Antonio. Pero predomina es su caos urbano de fachadas caprichosas, feas culatas y altas “torres” que tapan las vistas, postes, cables, antenas y vallas de propaganda.
En Cali está además el bello trino y aleteo de sus muchos pájaros, el suave sonido de las ramas y hojas movidos por el viento, el arrullo del viento mismo, el suave murmullo del agua de sus ríos y quebradas de alta pendiente o en algunos casos su estruendo. Pero infortunadamente lo que más se oye es el ruido del tráfico automotor, los pitos y sirenas escandalosas; y al mismo tiempo el ruido ajeno de los vecinos irrespetuosos con su música a todo volumen, sus peleas o sus bulliciosas fiestas.
Cali, como todas las ciudades, se toca principalmente a través de los pies, a diferencia de los edificios y sus muebles que también se tocan con las manos, igual con los que la gente abraza efusivamente a familiares, amigos y conocidos, y acaricia niños, niñas y mascotas. Pero tocar a Cali con los pies quiere decir que a la ciudad se la percibe por los huecos y tropezaderos de sus andenes pero también los de sus calzadas que sacuden a los pasajeros de los carros
que transitan por ellas.
En Cali su muy variada y frondosa vegetación le proporciona a casi toda la ciudad diversidad de gratos olores que aún identifican calles y barrios, como antes los rojos tulipanes o las cadmias olorosas al barrio El Centenario; aunque desde luego son los gratos aromas de sus comidas y bebidas tradicionales los que más se disfrutan en muchos barrios. Pero no faltan en muchos de ellos los desagradables olores de los desperdicios, y basuras que permanecen por días tirados en las calles.
En Cali se saborea su café, sólo con leche, acompañado por ricos pandebonos y pandeyucas, su sancocho de gallina, los tamales, las empanadas con ají, los ricos chontaduros, sus dulces aborrajados, la lulada, su exquisito champús, el manjar blanco, el melado con cuajada, y últimamente todo tipo de comidas y vinos y licores que se suman al aguardiente. Lo malo es que estas tradicionales comidas cada vez son menos, y no faltan los borrachos que arman alborotos o causan accidentes.
Para terminar, aunque cada vez se protesta más por el molesto ruido ajeno, es muy poco lo que se dice de su imagen urbana, cada vez más fea, y no faltan los que se molestan por que se hable de ella, o los despistados que contra toda evidencia aun creen que Cali es bella al tiempo que toleran que se siga demoliendo o pintarrajeando lo que antes la hizo de verdad bella, como continúa sucediendo en San Antonio pues en el Centro Histórico ya no queda casi nada que la recuerde tan bella como era.
Comentarios
Publicar un comentario