La enorme acumulación de capital de los grandes imperios coloniales europeos, en América, África y Asia necesitaba nuevos productos y la ciudad fue uno de ellos, requiriendo del derecho a la propiedad urbana, creado por la burguesía liberal a inicios del siglo XIX, y que generó el urbanismo (Manuel Herce, El negocio del territorio, 2013). Es decir, las reglas y planes para su más útil delimitación, diferenciando la calle, pública, del edificio, privado, necesaria para convertir las ciudades en un producto mercantil, cuyo valor de cambio es base primordial del capitalismo desde el siglo XX. Y la invención sucesiva de infraestructuras de servicios y transporte permitió extender este producto cada vez más lejos de los centros de las ciudades, creando nuevos intereses comerciales sobre el suelo agrícola al poder cambiar su uso al de suelo urbanizable, multiplicando su valor, aun en los casos en que no fuera lo recomendable para las ciudades. Todo esto apoyado en el dogma ge