Es el entorno físico, político, histórico, cultural, o de cualquier otra índole, en el que se considera un hecho (DLE). Es el caso del entorno construido de un espacio urbano público, ya sea una calle, una avenida, una plaza, un paseo o un parque, en el que son sus fachadas urbanas, y en donde está situado, lo que determina su carácter histórico y cultural, e incluso político. Fachadas urbanas que no son solamente sus diferentes edificios sino sobre todo la armonía que existe entre ellos, constituyendo el hecho a considerar en tanto que memoria colectiva de los que los perciben, y dependiendo por supuesto de la regularidad y ánimo con que se lo haga.
La palabra armonía, que en su origen griego significa “juntura”, “ensamble”, y que se usa principalmente en la música, como la unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes (DLE), es claramente aplicable a la arquitectura cambiando “sonido” por “forma” e incluyendo color y textura, coincidiendo con la tercera definición de la palabra: proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen (DLL), en este caso un espacio urbano público, constituyendo así el arte de formar y enlazar los acordes, en este caso los edificios, según su quinta definición por el Diccionario de la lengua española, DLE.
Y memoria, en el contexto urbano arquitectónico es la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado (DLE), que se torna colectiva cuando se vuelve perteneciente o relativa a una agrupación de individuos (DLE), dándoles a sus habitantes carácter de urbanitas, personas que viven acomodados a los usos y costumbres de la ciudad (DLE). Mas no sobra agregar que entre más emocionantes sean los componentes arquitectónicos de esos contextos urbanos públicos, más y mejor quedarán grabados en la memoria de las personas, ya sean las propias o las de los visitantes, pero que equivocadamente se le suele dar mayor importancia a la de estos últimos.
El asunto es que, por ejemplo, en las normas urbano arquitectónicas vigentes en Cali casi nada de lo anterior se considera correctamente y a fondo, o simplemente poco se lo controla si es que existe. Como es el caso del Colegio de la Sagrada Familia en el Parque de El Peñón, toda una muy curiosa paradoja, considerando que primero se alteró la imagen colectiva del parque y ahora se está conformando una nueva alrededor de la estructura metálica que actualmente domina el conjunto pues aún no se ha desmontado, constituyendo todo un monumento al “descontexto urbano” físico, político, histórico, cultural, o de cualquier otra índole, de esta caótica ciudad.
Y en los talleres de ejercicios de proyectos de los programas de arquitectura de las universidades no se insiste suficientemente en que deben partir de considerar la armonía y la memoria colectiva del entorno urbano en el que se van a realizar dichos trabajos. Y en los cursos de historia de la arquitectura se hace hincapié en los edificios paradigmáticos pero no en su papel en los espacios urbanos públicos que conforman ni en cómo es su armonía en ellos, ni cómo se reconocen en la memoria colectiva de los habitantes de las ciudades respectivas, y menos aún diferenciando a los vecinos inmediatos de los transeúntes periódicos u ocasionales.
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