Actualmente en Cali se toleran todos los usos y abusos imaginables
en las construcciones. Esto es debido a la corrupción y falta de vigilancia, a
la dificultad de cumplir con las normas actuales por lo ambiguas, numerosas y
poco claras que son, y a la total falta de control sobre las curadurías urbanas
por parte de la Administración Municipal. Es como si nadie viera por la ciudad.
Para principiar, las normas urbanísticas deberían ser pocas, contundentes y sin
excepciones, y sobre todo que no interfieran entre ellas y con las demás
obligaciones de ley que rigen para la construcción en Colombia, al contrario de
lo que acontece ahora, pues con desafortunada frecuencia las normas son
ineludible o convenientemente “interpretables”. Y desde luego es imprescindible
que sean duraderas y no como viene pasando aquí desde hace varias décadas, que
se cambian constantemente de acuerdo con las presiones, intereses y palancas
del momento, por parte de los propietarios de tierras alrededor de la ciudad,
de lotes ociosos dentro de ella y por los constructores de vivienda codiciosos.
Sería suficiente
que los edificios entre medianeras sencillamente empaten con sus vecinos y que
estén estrictamente paramentados, como sucedía antes. Que los aislamientos
anteriores, laterales y posteriores sean iguales a los más generosos de los
vecinos más cercanos de cada lote que ya los tengan. Que no se exijan más antejardines
abiertos pues son extraños a nuestra cultura urbana y lo primero que se hace es
ocuparlos con estacionamientos o cerrarlos. Que se prohíba terminantemente
hacer voladizos sobre el espacio público y dejar cualquier tipo de culatas, las
que deberán tener los mismos terminados que las fachadas. Que los edificios convenientemente
más altos tengan fachadas por todos sus costados desde abajo, y sean aprobados
por todos los vecinos de las ocho manzanas que hubiere a su alrededor, a los
que les tendrían que pagar por el uso del espacio aéreo. Que se permitan todos
los usos en todas partes mientras sus anuncios, animación, abastecimientos,
contaminación, ruido y basuras no molesten al vecindario, y que sean aprobados
por la totalidad del mismo.
Y desde luego debe haber unos requisitos de medidas mínimas y
máximas, sin excepciones, que se deben exigir. Pero el otro problema es que los
planos que se presentan a las curadurías no son exactamente los que se usan
para construir pues con frecuencia simplemente no lo pueden ser. Además, una
vez terminados los edificios nadie controla los numerosos cambios de todo tipo
que se hacen ya sean ineludibles o simplemente ilegales. Por esto también es importante
que los reglamentos de propiedad horizontal solo puedan ser modificados por la
totalidad de los que compraron o construyeron ateniéndose a ellos. Pero desde
luego la única posibilidad de que esto cambie es cuando muchos ciudadanos se
apersonen del tema hasta volverlo parte de su cultura urbana. Tal y como
sucedía en nuestras ciudades y pueblos tradicionales, en los que había un
sencillo imaginario urbano basado en tipos tradicionales con siglos de
existencia y, afortunadamente, unos muy limitados recursos para construir, lo
que garantizaba una repetición y perfeccionamiento que siempre redundan en más armonía
de allí belleza.
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