Del latín praevenīre,
prevenir es preparar y disponer con anticipación lo
necesario para un fin, es decir, un verbo que poco se usa en este país. Se
comprobó de nuevo en Mocoa y Manizales, como si lo de Armero ya se hubiera
olvidado. Allí lo que pasó era muy fácil de prever, de praevidēre, es decir ver con anticipación las
señales o indicios de lo que iba de suceder. Como lo es ahora disponer de los
medios contra futuras contingencias, o sea precaver, de praecavēre, es decir, prevenir un riesgo, daño o peligro, y evitarlo, de evitāre, o
sea impedir que sucedan de nuevo tragedias anunciadas, de annuntiāre, dar noticia o aviso de algo; publicar, proclamar, hacer
saber.
En este sentido,
en Cali no se ha previsto un plan de emergencia por si el jarillón se rompe
antes de que lo terminen de reforzar, ni para el caso de un temblor fuerte. Ni
tampoco se han impedido las invasiones de las orillas de los ríos o en los
cerros, en las que es fácil prever un desastre en caso de un temblor o que
arrecie el invierno, y que mientras tanto contaminan y enlodan el agua que
abastece los acueductos de la ciudad, los que no funcionan cuando llueve mucho
ni cuando no llueve, ciclo que, es previsible, aumentará en el futuro con el
cambio climático. Y nada está previsto en firme para la construcción de un
nuevo acueducto.
Con respecto a la
movilidad, en Cali no se previno el rápido crecimiento de la ciudad no se previno la congestión de
carros y motos actual, cada vez peor, para proceder a preparar y disponer
con anticipación lo necesario para un verdadero transporte público multi-modal
e integrado que, sin duda, es previsible, no puede ser únicamente con buses
articulados, sino que se precisa de un Metro, como en todas partes, pero que
aquí –hay que insistir- podría ser el
único con su línea principal en la superficie, recta y a nivel, en medio de un
parque lineal, y por el corredor férreo, es decir, por terrenos que son
propiedad del Estado, y cuya construcción no molestaría a nadie.
Tampoco se tuvo la
precaución de dejar los espacios necesarios para la ampliación de la salida al
mar ni su empate con la Circunvalar y la Avenida Colombia. Ni para la conexión
de todas las otras vías que llegan a la ciudad con el corredor férreo, en el
que además del Metro cabe una autopista urbana, el cual sigue allí como si no
existiera pues los únicos que le paran bolas son los que lo invaden, cuyo
aumento es predecible. Ni se previó que la creciente extensión de la ciudad
precisaría de nuevas vías y demás servicios públicos, ni que aquí los carros
mientras no se legalicen las drogas seguirían siendo una imagen “mágica” del
prestigio social.
Es increíble que
no se haya visto que Cali sigue el curso fatal de Bogotá: un sobre poblamiento
que daña la ciudad. Lo usual aquí es hablar de lo que está pasando mas no pensar
en lo que podría pasar. Por eso se vota por los menos malos en lugar de votar
en blanco por, si de pronto este gana, puedan tener oportunidad nuevos
verdaderos políticos que no tengan que comprar su elección con demagogia ni
vender su independencia a los contratistas del Estado. Al fin y al cabo es
fácil comprobar que entre los menos malos y los malos no hay mucha diferencia:
todos son peores y por supuesto la culpa es de sus electores; de su ignorancia,
es decir que carecen de cultura más que de conocimientos. Idiṓtēs, como llamaban los griegos a los que dejaban que otros
manejaran la ciudad.
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