Peter Zumthor (Basilea 1943) en su libro “Pensar la arquitectura”, 2010, recuerda esos “edificios que se alzan
como esculturas en el paisaje y parecen haber surgido de él” y cómo “el
material y la construcción tienen que relacionarse con el lugar, y a veces
incluso proceder directamente de él” y que “para bien o para mal, en el paisaje
ha quedado almacenada la historia de nuestra relación con la tierra, y
probablemente por ello hablamos de paisaje cultural” (pp. 95 a 101).
El hecho es que en el emplazamiento de una construcción ya debe
estar implícito su uso, su construcción y su forma, como querría Vitruvius, y de
ahí que sea igualmente definitivo su proceso de proyectación: con que método se
proyecta y cuáles son los pasos a seguir. Repitiendo el título del libro de
Zumthor, se trata de cómo pensar la arquitectura, ya que como él también lo
advierte “la urbanización descontrolada hace que el paisaje desaparezca”.
Se trata de pensar en donde poner en el territorio lo que se tiene
pensado, buscando cómo volverlo un lugar cultural, o cómo proyectar lo adecuado
para no dañar un paisaje existente ya sea natural o urbano. Son premisas claves
de la arquitectura pues bien lo dice Zumthor, “la mayor parte de las veces
estamos rodeados por un paisaje cultural”, especialmente en las ciudades,
precisamente, y mucho más en las más grandes en las que el paisaje natural está
ya muy lejano o es llano o se lo ha tapado con edificios.
A partir de la modernidad el no saber dónde ni cómo emplazar los
nuevos edificios ha sido fatal para las ciudades, y más cuando se demuele lo
existente, que con el paso del tiempo llegó a ser su patrimonio construido, y
peor aun cuando se remplaza con despropósitos que por lo contrarío pasaran
pronto a la historia, pero a la historia de la infamia. No son pocos los
ejemplos en ciudades que como Cali han crecido muy rápidamente en el último
siglo.
En estas nuevas ciudades “el cielo, los aromas, las gradaciones de
luz, los colores y las formas [del] paisaje de la infancia” del que habla
Zumthor, están en otra parte para la gran mayoría de sus muy nuevos habitantes.
O sólo en su recuerdo pues “sus” ciudades ya son otras, las que por lo demás
cambian rápidamente volviendo pronto extraños algunos de sus sectores, y con
peores consecuencias cuando se trata de sus centros históricos, como es el caso
extremo del de Cali.
De ahí lo urgente de entender que “la síntesis funciona: la obra
constructiva y el paisaje se funden, crecen juntos instauran un nuevo lugar, un
lugar inconfundible” como termina Zumthor. Se trata, pues, de una arquitectura
regionalista que se apoye en la tradición y busque una arquitectura del lugar
de nuevo sostenible y contextual, continuando lo mejor que dejó la arquitectura
moderna, y que persiga ser para cada lugar como lo propuso Kenneth Frampton (El regionalismo crítico: arquitectura
moderna e identidad cultural, 1985).
Se trata, entonces, de encontrar nuevas relaciones entre lo viejo
y lo nuevo para que se potencien mutuamente; una continuidad histórica, capaz
de dotar de nuevas condiciones de significado y uso al edificio. Buscar nuevas
relaciones, formas de percepción y emociones, donde lo viejo y lo nuevo,
lenguaje y técnica, composición y construcción, persigan una misma línea de
desarrollo que encuentre su propia estética, basada en “dónde y cómo”, y no que
parta de copiar modas foráneas ya pasadas de moda por lo demás.
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