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No más monarquías. 02.09.2017


      Sobre todo presidenciales, una democracia hereditaria como se ha dicho, pues las “reales” no pasan de ser una forma “idiota” de entender la tradición, que es como designaban los griegos a los que dejan el manejo de sus polis a otros. Hoy a políticos que suelen ser corruptos e ignorantes, elegidos por minorías clientelistas pues las mayorías, idiotas que son, se abstienen. Realidad fatal para las ciudades que crecen mucho y rápido en los países atrasados. Y qué decir de esos presidentes improvisados y egocéntricos que mandan, que no gobiernan, maltratando gente o poniendo el mundo en peligro.

       O esos alcaldes incapaces elegidos por grupos interesados que los apoyan y contratistas que los financian, o por ciudadanos victimas del populismo de políticos profesionales y de su propia ignorancia de las ciudades, muy nuevas, como lo suelen ser las de las antiguas colonias de las metrópolis europeas. Y sin duda es más complicado culturalmente orientar acertadamente una ciudad que gobernar bien un país, al que bastaría con guiarlo y dirigirlo mientras que en las ciudades hay que considerar que no solo son complejos artefactos técnicos, sino también obras de arte colectivo.

     Pero aunque sea fácil pensar en concejos municipales integrados por representantes de los diferentes sectores de la ciudad, la academia y los gremios que tienen que ver con lo urbano, y que nombrarían a los alcaldes, es difícil volverlo una realidad en la medida en que son precisamente los políticos, no interesados en ello, los que la tendrían que llevar a cabo. Pero mientras tanto si se podría exigir que los diferentes planes al menos se hicieran a partir de diagnósticos serios e integrados del acontecer urbano tanto cultural como social y económico, legal como ilegal, y formal como informal, y en últimas político.
                                                                                                                                                                          Y sobre todo que sus concejales, alcaldes y demás funcionarios piensen que su obligación es defender los intereses de sus conciudadanos mediante la ejecución de políticas locales que tengan por objetivo mejorar su calidad de vida. Y que sean comprobadamente honrados e independientes de los grupos familiares de presión como de los ilegales, para lo cual sus bienes y actividades particulares deben ser de conocimiento público antes de ser seleccionados y luego de cumplir con su periodo de trabajo.

      Que debería ser buscando que sean sostenibles, compactas y densas, con sectores peatonales unidos por sistemas de transporte público que integren bicicletas y carros de alquiler con taxis, buses y trenes, lo que se facilita cuando son producto de conurbaciones, y no arquitectura espectáculo. Y que utilicen lo construido, en lo que ya se han invertido recursos, agua y energía. Y es básico que entiendan que hay que conservar la imagen que identifica a los ciudadanos con ellas,  privilegiando la vida de ciudad y no apenas la vivienda.

     Ciudades que deben atraer, retener y valorar el capital de sus ciudadanos, mas no apenas económicamente, sino también social y culturalmente, evitando la fatal equivocación de anteponer la (mala) economía a la sostenibilidad; y no dejando su manejo solo a los (malos) políticos, lo que lleva a la corrupción. Pero sobre todo deben mejorar la calidad de la vida en ellas, y ser no solo eficientes sino también agradables, atractivas y emocionantes e incluyentes, para que las personas colaboren unas con otras y se relacionen físicamente en edificios públicos, calles, plazas y parques, en sus diferentes sectores.

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