Leyendo El
tercer chimpancé, 1992, de Jared Diamond, quien lo revisó en 2016,
queda claro que el ser humano desarrolló características únicas como la
lengua, las herramientas y el arte, que pronto lo llevaron a las
religiones y después a la filosofía y la ciencia. Pero la agricultura y la
medicina lo han conducido a la sobrepoblación, la tecnología amplio su
violencia a los genocidios y llevó a la destrucción de la naturaleza (de
la que forma parte), al cambio climático y, con la ciencia, al peligro
nuclear. “Por primera vez en la historia de la humanidad […] nos
enfrentamos a la posibilidad de un desastre general terrible por culpa de
nuestras acciones”, dice Noam Chomsky (Porque lo decimos nosotros, 2015,
p. 127).
Y
al consumismo de infinidad de cosas de obsolescencia
programada, promovidas por una propaganda engañosa, y los contratistas y
políticos corruptos, elegidos por la ignorancia de sus electores, se suma
La estetización del mundo, como titulan Gilles Lipovetsky y Jean
Serroy su libro de 2013. “La economía liberal destruye los elementos
poéticos de la vida social; produce en todo el planeta los mismos
paisajes urbanos fríos, monótonos y sin alma, impone en todas partes las
mismas libertades de comercio, homogenizando los modelos de los
centros comerciales, urbanizaciones, cadenas hoteleras, redes viarias,
barrios residenciales, balnearios, aeropuertos […] se tiene la sensación
de que estar aquí es como estar en cualquier otra parte” (p. 8).
Recordando
a Arthur Wichmann, explorador y catedrático holandés quien dijo en 1912
“¡Nada aprendido y todo olvidado!” Diamond argumenta, por lo contrario,
que “puesto que somos nosotros mismos los que hemos creado nuestros
problemas, de nosotros depende resolverlos [pues] la capacidad de aprender
de la experiencia de miembros de nuestra especie de lugares distantes o
del pasado remoto sí es un rasgo singular de la humanidad” (p. 489), y
destaca la importancia de estudiar la geografía (no la de los nombres de
los países y sus capitales) “para que los futuros políticos aprendan las
consecuencias que los mapas tiene en nuestras vidas” (p. 339).
Que
la historia está determinada por la geografía ya lo dejó en claro Fernand
Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe
II, 1981, y tal vez en la América andina más que en otras partes. En Cali,
precisamente ubicada en un valle interandino, la geografía no sólo hace
años se sacó del pensum de los colegios, sino que en general se
ignora lo que significa vivir en un clima tropical templado (muchos llevan
saco en lugar de una cómoda y bonita guayabera), al lado de una alta
cordillera mirando un amplio valle recorrido por un ancho rio, y su
arquitectura suele pasar por alto su relieve, clima, paisaje y tradiciones
de lo que tan certeramente habló Le Corbusier (Obra Completa, 1938-46,
1955).
Así
las cosas, aunque nos salvemos nuevamente de un desastre nuclear, el hecho
es que el trastorno climático ya nos comienza a afectar, como se comprobó
aquí no más este año en Mocoa y Manizales, al incrementar la
frecuencia e intensidad de las lluvias (y como siga así ya no bastará con
llevar saco sino que se necesitara gabardina). Pero por supuesto lo peor
es la sobrepoblación que acelera un consumismo que con su uso de
combustibles fósiles genera más gases de efecto invernadero lo que afecta
todo: la biodiversidad, las fuentes de agua dulce, los glaciares y el
nivel del mar.
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