Es preocupante la inexistencia de una verdadera crítica de
arquitectura y urbanismo, tan necesitados de ella desde el gran cambio que
implico la revolución industrial del siglo XIX, que sea permanente como plural,
la que con frecuencia se reemplaza por la simple opinión ignorante. Son muchos
los edificios malos pues nunca se evalúan pero que con frecuencia son objeto de
alabanzas fáciles. Por eso no se reconocen los arquitectos y constructores
mejor preparados y se dejan las ciudades en manos de los más auto
publicitados.
La crítica de John Ruskin a mediados del siglo XIX continúa siendo
valedera: "No transcurre un día sin
que nuestros arquitectos se preocupen en buscar el modo de mostrarse originales
y de inventar un estilo nuevo, lo cual viene a ser tan razonable y necesario
como solicitar a quien jamás hubiera cubierto sus espaldas con la ropa
necesaria para protegerse del frío, la invención de un corte nuevo de sobretodo."
(Las Siete Lámparas de la Arquitectura, 1849).
La crítica de edificios y ciudades existe desde la de reyes,
dignatarios y gente común de la antigüedad, hasta la profesional como la de
Luciano Patetta (Historia de la
arquitectura / antología crítica, 1975). Pero sí que falta en países dependientes
culturalmente, en los que es esencial para lograr un trasfondo meditativo, como
dice Milan Kundera (prefacio al libro de François Ricard, La littérature contre elle-mème,
1990), que permita acometer mejor su arquitectura a partir de ejemplos
paradigmáticos y sus referentes históricos.
En arquitectura la originalidad
no es sólo instinto o intuición ya que además de arte es técnica. En general lo
original se encuentra por la eliminación de lo no pertinente y la crítica de lo
acostumbrado y usual, más que por el espíritu de invención, el que sí es
preciso para mejorar lo existente, que siempre desciende de un origen. Y como dice Carl von Clausewitz: “La
incidencia de las verdades teóricas en la vida práctica siempre se alcanza más
por la crítica que por la enseñanza” (De
la Guerra, 1838, p.112).
El análisis crítico de la idea básica inicial de toda arquitectura,
que siempre la hay, se debe hacer y es muy útil saber qué la justificó
(Mattthew Frederick, 101 Things I Learned
in Architecture School, 2007, p.18). Ya sea para reforzar su escogencia,
como para rechazarla y pasar a otra, pues no siempre es una conjetura tan
espontánea como se cree, evitando así obsesiones puramente caprichosas o, peor,
la mala influencia de la costumbre acrítica o de la simple moda del momento.
Analizar lo propio, junto con la crítica del espectáculo de las
“novedades” de afuera, genera, pues, el trasfondo meditativo del que habla
Kundera. Y es urgente pues hay muchas funciones nuevas aún sin una imagen
decantada en la memoria colectiva, en ciudades que hay que entender como obras
de arte colectivo en una cierta geografía e historia, pues se trata de
seleccionar soluciones pertinentes y ejemplares que aporten valores
indiscutibles a la arquitectura y sobre todo al espacio urbano.
Por eso la buena
crítica y la apreciación sensible no se dirigen al arquitecto sino a la
arquitectura, a las emociones que suscita y los problemas que resuelve. Solo
con el juicio sobre los edificios y ciudades en tanto
obra artística
y soluciones técnicas, se dará un debate culto y
amplio, induciendo a reflexiones que
contribuyan a relacionar y enriquecer los datos existentes y crear una
perspectiva histórica que facilite transformar bien las ciudades.
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