No hay que darle muchas vueltas
al asunto para ver que el comercio ilegal de drogas prohibidas impulsó en el
país la violencia, la corrupción, la codicia y el mal gusto, lo que afecta la
arquitectura y está a las ciudades. Y aunque en los últimos años, debido al
largo proceso del acuerdo con las FARC, disminuyó mucho la violencia sucedió lo
contrario con la corrupción, y el mal gusto se generalizo afectando
negativamente la calidad de la vida urbana.
En Cali no es sino salir a la
calle y dejar de mirar el teléfono celular para verlo, si se cuenta con la
sensibilidad suficiente, ya que muchos ni siquiera aprecian el bello paisaje
natural que aún rodea la ciudad y nada les importa que se lo tape impunemente.
O contar las obras públicas sin terminar como el terminal internacional del
aeropuerto recientemente “inaugurado”, o que se están desbaratando como los
paraderos del MIO.
Los que se oponen a la
legalización de las drogas alegando que se ampliaría su consumo se equivocan
pues actualmente se consiguen fácilmente o se las reemplaza con toda clase de psicotrópicos baratos. Los otros que se
oponen, pero que no se equivocan, son los narcotraficantes, pues se les
acabaría el negocio y ya no se les facilitaría volver al boleteo y el
secuestro.
Y por supuesto están los que se
arrodillan ante los grandes consumidores, Estados Unidos, como lo viene
diciendo Antonio Caballero hace años, donde para el 2011 se calculaba que
unos 22.5 millones de personas de 12 años de edad o mayores usaron alguna droga ilícita o abusaron de medicamentos
psicoterapéuticos (https://www.drugabuse.gov), y
actualmente ya en más
de la mitad de sus estados se puede adquirir mariguana con fines “recreativos”.
Aunque en Uruguay la legalización
del cannabis se atascó por un tiempo (El País, Madrid 12/12/2016) el ejemplo de
Holanda debería hacernos cambiar de opinión, pero poco se informa al respecto.
Allá piensan que es mejor
intentar controlar y reducir el daño que continuar con leyes punitivas que no
lo resuelven, mientras que la asistencia a heroinómanos ha sido aplaudida por
mejorar notablemente la salud y situación social de los adictos
(wikipedia.org).
Mientras que en Cali si acaso apenas se los
multa: “Cumplidos varios meses
de la entrada en vigencia del nuevo Código de Policía, se puede establecer que
el comportamiento en el que más se han ‘rajado’ los caleños ha sido el consumo
de licor y alucinógenos en espacios públicos” (El País 27/03/2017).
Y evidentemente son de lejos mayores los
males de prohibir las drogas que los causados por su consumo, pero no se las
legaliza pues representan un gigantesco negocio que de una manera u otra involucra
a muchos. La oferta global de drogas ha tenido que
aumentar para enfrentar un incremento notable de los decomisos, y aunque su
rentabilidad se ha venido reduciendo no ha sido hasta el punto de impedir la
reproducción de la actividad. (Salomón Kalmanovitz, El Espectador 22/01/2012).
Como señala Ricardo Rocha García en Las Nuevas dimensiones del narcotráfico en Colombia, 2012, citado
en www.dinero.com “el comercio ilegal y los distintos grupos dedicados al tráfico de drogas han contribuido a la
construcción de una nación con un campo subdesarrollado, una industria bastante
atrasada y una infraestructura pobre, porque los recursos que llegaron no
tuvieron cabida en la economía moderna sino en el mundo rural y la informalidad”.
Quedando en las ciudades la corrupción, la codicia y el mal gusto, que es un serio asunto cultural.
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