Es inevitable que en una ciudad que crece
tan rápidamente, y en donde se demuele en lugar de remodelar, se vean muchas
construcciones en proceso, lo que además de incomodar a los vecinos y afectar
la movilidad, contribuye a afear sus calles. Pero nada se ha pensado al
respecto y por lo contrario se suele creer que construir destruyendo es
“desarrollo” o “progreso”, lo que pocas veces lo es. O, lo que es más
preocupante, que se trata de “cambiarle la cara a la ciudad”; nada menos que a
la “capital mundial” de la cirugía plástica, cuyo “mórbido” resultado se puede
ver en sus calles y no solamente en sus edificios. Igual que a sus mujeres, muy
atractivas, se les cambia para mal su natural belleza.
Incomodar
a los vecinos con vibraciones, ruidos (gritos y máquinas), polvo, materiales
para la obra, escombros y tierra removida tirada sobre los andenes, y volquetas
trancando las calles y depositando arena o grava en ellas, es el impacto común
de las construcciones en una ciudad en donde además lo pueden hacer a cualquier
hora y cualquier día y en cualquier parte. Además, e infortunadamente, toda
construcción implica invadir la privacidad de sus vecinos, como también algún
grado de inseguridad, y no sólo afectación de cimentaciones, muros medianeros y
tejados, sino también accidentes, cuando no vandalismo y hasta robos.
Y
además, los nuevos edificios desde luego afectan la movilidad en una calles a
las que se les multiplica el número de peatones y carros sin haber sido
previamente calculadas para ellos, con el fatal resultado de que cuando el
problema se vuelve grave se recurre a la peor solución propuesta en este país:
corre los paramentos de los nuevos edificios para dizque ampliar las calles, lo
que nunca se ha logrado con este procedimiento pues siempre quedan alguna
viejas construcciones dejando las típicas calles a pedazos características de
las ciudades colombianas, llenas de “muelas” y “culatas” en las que pintan ya
no simples “pecas” sino verdaderas “verrugas”.
Afear
las calles es algo que tal parece muy pocos ven y aún menos son a los que les
importa. Fealdad que comienza con las telas verdes rotas y destempladas que
cierran las construcciones, y que termina con edificios no necesariamente feos
individualmente, sino que al no tener en cuenta su entorno construido
necesariamente lo afean. Acostumbrados a la belleza del campo en Colombia, sus
muy nuevos ciudadanos no se percatan de la fealdad de sus ciudades
probablemente porque se trata de otra cosa muy diferentes; y así es, por lo que
es preciso entenderlo para que las ciudades del país traten de ser de nuevo
bellas, pues muchas lo fueron y unas pocas lo siguen siendo, igual que muchos
pueblos.
En
conclusión, bastaría con no generar más “muelas”, disminuir el tamaño de las
“culatas” y terminarlas como fachadas, impedir que las “pecas” sean feísimas
“verrugas”, obligar a construir en los improcedentes “lotes” existentes, y
organizar a fondo las nuevas “construcciones”.
Y por supuesto destacar los lugares más bellos de cada ciudad y
explicarle a los ciudadanos por qué lo son, y lugar de seguir con la estupidez
de “cambiarle la cara a la ciudad”, que igual que en cirugía estética de las
mujeres puede terminar con su muerte, solo que en las calles es lo que pasa
casi siempre, y que no quedan “muertas” sino moribundas.
Comentarios
Publicar un comentario