Como dice Juhani
Pallasmaa (Hämeenlinna, 1936) arquitecto y teórico
finlandés, lo usual es mostrar los edificios separados de su contexto
paisajístico, cultural y social, o como objetos estéticos independientes,
amenazando la arquitectura con su estatización o instrumentalización, por
motivos económicos y utilitarios. Buscando imágenes seductoras se ignora que la
arquitectura nace de la necesidad de habitar y de glorificar, y que es nuestro
principal medio de orientación en el mundo. Pero, precisa Pallasmaa, los
edificios no se ven, sino que se produce un encuentro con ellos al transformar
un espacio en un lugar específico, y al recordar otros edificios. (La imagen corpórea, 2011, p. 158).
Ya Ludwig Wittgenstein señaló
que la gran arquitectura es para inmortalizar algo al servicio del poder
religioso, político, militar o financiero (Félix de Azúa, Diccionario
de las artes, 2002). Junto
con la edilicia común de las viviendas y demás, crea las ciudades, escenarios
de la cultura, como las llama Lewis Mumford (La cultura de la ciudades, 1938), y hoy de la vida humana misma. Pero como la cultura
occidental, apunta Pallasmaa (p. ), Aspira
a la dominación, su arquitectura a menudo persigue sólo una imagen contundente.
Obsesión por la novedad y lo singular, y único criterio para juzgarla, que la
separa de su base mental y experiencial, reduciéndola a imaginarios inventados.
Por lo contrario, “para
descubrir algo nuevo hay que estudiar lo más antiguo” como afirmaba Aulis
Blomstedt, maestro de Pallasmaa (p. 175). O, como lo señala James Ackerman (Palladio,
1966), buscando la propia antigüedad en las referencias locales, las que
remiten a ciertos paradigmas anteriores. Es decir, el origen de eso que
pretende ser original. Es significativo que Pallasmaa comience su libro citando
a Immanuel Kant: “En el conocimiento la imaginación sirve a la comprensión,
mientras en el arte la comprensión sirve a la imaginación” (p. 7) y continua
señalando que la actual hegemonía de la imagen ha hecho evidentes sus efectos
negativos en la arquitectura. Y por ende en la ciudad.
Wittgenstein,
amigo de Adolf Loos, y quien terminó proyectando la casa para su hermana
Margarete, inicialmente pedida al arquitecto Paul Engelmann, coincidía con la
tradición en entender la simplicidad como signo de la verdad (Carla Carmona, Wittgenstein, 2015, p. 71). Con lo que coincide
Pallasmaa al ver cómo “los productos del virtuosismo arquitectónico contemporáneo quizá puedan
impresionarnos, pero suelen ser incapaces de tocar nuestros sentimientos porque
su expresión está desconectada de la base existencial y primordial de la
experiencia humana y ha perdido su base y su eco ontológicos.” (p. 174).
Olvidan que la arquitectura nace ontológicamente del acto de habitar (p. 165).
Para él, en el orden de su emergencia
ontológica, las imágenes primeras de la arquitectura son: “suelo, techo, pared,
puerta, ventana, hogar, escalera, cama, mesa y baño” (p. 165) mientras que el
tejado expresa la idea de cobijo, protección y experiencias de interioridad; la
pared expresa la separación de distintas categorías del espacio, y crea el
lugar de lo privado y lo secreto; las ventanas
son los ojos de la casa para ver el mundo; y una puerta es una señal
para detenerse y al tiempo una invitación a entrar. En conclusión, la arquitectura es “un punto
de apoyo en el reino de lo real y, así, sentar las bases para una posición
crítica frente a la cultura y la vida.” (p. 157).
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