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Arte, técnica, arquitectura. 02.12.2017


      Del latín ars, artis, y este del griego téchnē, actualmente “arte” es la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros” pero también el “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo. Del latín technicus, y este del griego technikós, derivado de téchnē 'arte', actualmente  “técnica” es el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte” pero también es la “pericia o habilidad para usarla.” Y “arquitectura” del latín architectūra, es “el arte de proyectar y construir edificios”, mientras que “arquitecto”, del latín architectus, y este del griego architéktōn, “es la persona legalmente autorizada para profesar la arquitectura”.              
                                                                                                                                                                           Todo lo anterior según el Diccionario de la Lengua Española, DLE. Pero, además, Architéktön, del griego clásico arkhé (mando) y téktön (obra), es decir, el que manda en la obra, designa hoy a ese profesional, mezcla de artista y técnico, que proyecta edificios y espacios urbanos para el ser humano atento a su correcta construcción. El problema radica en que con el gran avance de la construcción este oficio necesariamente involucra a otros saberes profesionales, y los arquitectos cada vez son menos técnicos y a los ingenieros les falta algo de arte. El resultado es una arquitectura en la que el arte y la técnica están disociados y cada una va por su lado.
                                                                                                                                                                           Esta arquitectura “egoísta” desde luego afecta estéticamente a la ciudad, la que necesariamente es un arte colectivo en el que lo importante es un horizonte edilicio de sectores homogéneos en los que sólo se destacaban, hasta el siglo XX, los edificios más importantes. Y lo que más riñe con dicha unidad son las alturas que no respetan el entorno, y peor cuando se les deja hacer enormes fachadas ciegas, esas “culatas” que caracterizan nuestras ciudad en crecimiento. Mayores alturas que no obedecen al propósito de densificar la ciudad sino que son pura codicia, a la que el Estado prefiere no controlar con el impuesto a la plusvalía, en este capitalismo extremo en el que nos encontramos que amenaza no solo las ciudades sino el planeta.

     La esencia de la arquitectura es precisamente la confluencia en ella del arte y la técnica, las que, en últimas, vienen de téchnē. Como se puede leer en Wikipedia, téchnē era para los antiguos griegos la «producción» o «fabricación material» mediante la cual es posible transformar lo natural en artificial, incluyendo lo artístico (y por lo tanto a la arquitectura) y diferente a la prâxis, que es la acción propiamente dicha; y la diferenciaban de la ciencia, que pertenece al ámbito de la razón, mientras la téchnē incumbe al del entendimiento, en el sentido de conocimiento. En conclusión, se trata sencillamente de saber hacer algo bien.

    Por eso la crisis actual de la arquitectura, iniciada a finales del siglo XX, es debida no solo a la separación del arte y la técnica, que lleva a que el arquitecto profesional tenga que recurrir a otros profesionales como ingenieros y especialistas que le permiten construir sus formas por mas caprichosas que sean, la llamada “arquitectura espectáculo”, sino a que estos arquitectos han dejado de lado las técnicas de la arquitectura misma -en tanto arte pero no sólo arte- como su funcionalidad y versatilidad, su correcto emplazamiento según el clima y paisaje, su económica construcción, y sus formas pertinentes a su entorno inmediato como general.

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