A
inicios del siglo XXI hay que hacer una arquitectura para la gente y no como si
fuera para el poder. Durante siglos la gran arquitectura fue para tumbas, templos,
castillos y palacios. Pero a partir de mediados del XX, con el Movimiento
Moderno, lo es ya para viviendas, oficinas, comercio, y sedes educativas,
culturales, recreacionales, deportivas, administrativas o para el transporte.
Actualmente debe, además, reutilizar lo existente, ya que constituye un
verdadero patrimonio construido y cultural; y ser más ética y menos estética, más
técnica y un verdadero arte, no un espectáculo para engañar a compradores
incultos o ingenuos, empresarios codiciosos y políticos oportunistas.
Igual
es inaplazable que sea sostenible, mas no apenas de bajo consumo de energía y
agua potable (incluso es mucho mejor que sea regenerativa) y no contaminante el aire, ríos y mares, y que sus materiales sean reciclables, sino fácil de
adecuar y renovar en el futuro, para que se pueda utilizar durante largo
tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente. Y que sea contextual, respetuosa del entorno pre existente, que
agregue o mejore la ciudad, y no que la siga destruyendo al servicio de la
especulación inmobiliaria con el suelo urbano, propiciada por la propiedad
privada del mismo, olvidando su compromiso social, la que hay que neutralizar
con el impuesto a la plusvalía.
Que
en el trópico americano se entienda a fondo lo que significa de verdad no tener
estaciones a lo largo del año, pero si periodos lluviosos o secos. El daño que
la influencia norteamericana le ha hecho a las ciudades colombianas, por
ejemplo, es, y sigue siendo, grande, precisamente por no considerar sus
diferentes climas y paisajes ni las variables de su tradición arquitectónica
traída del sur de España y aún menos las aborígenes. Una arquitectura que aquí
sea más iberoamericana que anglosajona; es decir que son sus referentes hispanomusulmanes
los nos deben interesar y no las ultimas modas divulgadas por las frívolas
revistas de “decoración” que no de arquitectura, las que aquí se acabaron.
Por
eso en los talleres de proyectos de los programas de arquitectura, en los que
se debe buscar su síntesis a través de ejercicios y no de proyectos inventados,
se precisan maestros que practiquen el oficio, y con una obra importante que
mostrar, pero los que cada vez son menos, apoyados por investigadores
académicos con posgrados, los que afortunadamente son cada vez más. Pero todos concentrados
en los problemas de una arquitectura sostenible y contextual con relación a su
región, que aunque parezcan sencillos demandan nuevos conocimientos, y en la
historia de nuestra arquitectura y ciudades y no sólo en temas rebuscados por más
interesantes que sean y menos aún si sólo lo parecen.
Por
todo lo anterior es preciso que se abran en las universidades programas
paralelos al de arquitectura (estudiantes sobran), como construcción, urbanismo,
paisajismo, bioclimática, arquitectura de interiores, diseño de mobiliario, o
diseño vial, con un ciclo básico común para todos, que les permita a los
estudiantes escoger una carrera; y que la arquitectura profesional misma sea
una maestría posterior, con muchos menos estudiantes que la carrera actual. En varios
de estos aspectos la Escuela de Arquitectura y Diseño de América Latina y El
Caribe, Isthmus, en Panamá y Chihuahua, es un buen ejemplo a seguir para formar
arquitectos de casas no de pseudo palacios.
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