Insistiendo en que lo mejor de Cali es su relieve, clima y
vegetación, su singular paisaje y medio ambiente, hay que hablar de nuevo de la
última en tanto vergel, huerto, jardín o, mejor, su combinación, y lo que
significaría para sus ciudadanos procurando una mejor calidad de vida. Desde
luego considerando el propósito y posibilidades de cada uno, ya se trate de
individuos, familias, vecindarios, comunidades o de la ciudad toda, sus
ciudadanos, mas sin dejar de tener en cuenta todos los diferentes niveles ya
dichos.
Para el ciudadano, el
vergel debe ser un huerto con la belleza y recreación de un jardín, que alegre
su vivienda y, en tanta cultura, que sea un símbolo y una forma de vida en su
ciudad. Disfrutar más la vida de todos los días; contribuir conscientemente a
evitar el cambio climático, de cuyo trastorno ha sido responsable, como lo ha
sido de la alteración de la imagen de la ciudad y, finalmente, descubrir que al
contario de ruralizar la ciudad se está creando un lazo urbano con la
naturaleza y la vida.
Para el cultivador urbano,
su huerto debe ser más como un vergel que lo asemeje a un jardín si está cerca
de la vivienda o a un espacio público de la ciudad, en tanto actividad
económica sostenible pero pensando en el contexto. La belleza y diversidad de
los productos de su cultivo (verduras, frutas y flores) alegrará el trabajo en él
y desde luego su venta, cuya “organicidad” evidente estará “certificada” por un
entorno que se puede gozar y ver.
Para el propietario su
jardín debe contener un huerto y en lo posible, o en parte, ser un vergel para
su vivienda en tanto disfrute y comida de mejor calidad y más sabrosa, y con la
buena conciencia de que contribuye al mejor medio ambiente de la ciudad. Y lo
mismo si se trata de un patio, una terraza o una azotea, pero igualmente un
balcón o una ventana; solo cambia el tamaño pero no su espíritu. Una sola mata
en una sala ya es un huerto y cuando florece un jardín.
Para el arquitecto, en
tanto determinantes del proyecto arquitectónico de la vivienda, esta debe
incluir en lo posible un vergel, es decir un jardín y un huerto, y siempre
pensando en la ciudad. Sobre todo en lo que tiene que ver con balcones y
terrazas, y en cómo convertir las feas cubiertas planas en auténticas azoteas,
y las alfajías de las ventanas en materas. Entender que su proyecto puede –y
debe- inducir a disfrutar del clima y el paisaje a sus diferentes usuarios en
sus diarios recorridos.
Para el urbanista la ciudad
debe estar en función de la vivienda y del equipamiento urbano que esta
demanda, y este debe incluir alguna forma de jardín, huerto o vergel, en tanto
determinantes del proyecto urbanístico a cualquier escala. Al contrario de
unirlos cómodamente en “áreas verdes” diferenciarlos así como no debe confundir
calles con vías, ni plazas con parques. Igual que lo construido, lo libre
comporta diferentes aspectos en tanto su emplazamiento, función, construcción y
forma.
En
conclusión, los caleños deben recobrar su biofilia, el instinto de amar la
naturaleza (Edward O. Wilson, Los
orígenes de la creatividad humana, 1918), y su importancia respecto al
cambio climático y la biodiversidad,
resolviendo un poco el problema del hábitat generado por su sobrepoblación.
Sería una política liderada por el Concejo Municipal, y una de las
determinantes de un plan urbano, económico, social y educativo a largo plazo,
que contemple la ciudad en tanto artefacto como lo que sucede en ella.
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