Se trata de estimular el instinto de la
biofilia (Edward O. Wilson: Los orígenes de la creatividad humana, 2018) y
tener al lado de una casa un vergel con variedad de flores,
vegetales y árboles frutales, y un estanque, con peces, para su riego; o, en el
caso de los apartamentos, disponer de una azotea, terraza o balcón con
vegetales y flores, que pueden estar en materas encima o al lado de afuera de las
alfajías de las ventanas, solucionando su fertilización, riego y desagüe. Es la
comunión de la arquitectura con la naturaleza inmediata, y cómo hacerlo en las
viviendas existentes y cómo proyectar las nuevas para que sea fácil, económico
y estético lograrlo, lo que se debería enseñar en las universidades.
Lo
primero es tener un pensamiento transdisciplinar: arquitectura, paisajismo,
botánica y agronomía, una visión amplia y no miope del paisaje urbano y
natural, y botar lejos los prejuicios propios y las modas importadas pues ni
siquiera sirven de abono. Una posibilidad es ir viendo lo que funciona y
descartar lo que no, y la otra, más sensata, es estudiarlo muy bien
considerando todo lo ya dicho, y para lo cual se necesita un mínimo
asesoramiento profesional. Y, con su ayuda, proceder a escoger los tamaños,
follajes y floraciones adecuados, según la asoleación disponible; prever qué
materas, riego y desagües serán necesarios y, finalmente, programar el
mantenimiento periódico y pertinente requerido.
Desde
la antigüedad existe esta relación de casa, jardín y huerta, tradición que
llega a la Nueva Granada, llamada "La Mudéjar" por Diego Angulo
(Historia del Arte Hispanoamericano, l956) desde los cármenes de Granada, que
son una casa quinta con vergel, y otras viviendas similares de Andalucía y
Extremadura. Arquitectura que se repitió en el Nuevo Mundo de California a la
Patagonia. En ella reinan la luz, la penumbra y las sombras; la blancura,
separada de los cielos lechosos por el ocre de las techumbres; la frescura y el
paso del viento; la privacidad, el silencio y el recogimiento, el confort, el
placer y la emoción, como aún se puede vivir en no pocas casas de hacienda que
quedan.
Pero en Cali la
muchas veces equivocada interpretación de la arquitectura moderna, que cambió
las techumbres por cubiertas planas sin uso pero con goteras, conservó apenas
el jardín en el que predomina un soso prado plano y de un solo verde, que hay
que cortar permanentemente, y para el cual previamente se han eliminado todos los
arbustos nativos si los había en el lote. Y lo mismo se cubre con la misma
enredadera fachadas enteras; o, lo que ya es el colmo de la estupidez, se
utiliza “vegetación” de plástico. O se talan árboles que proporcionarían
bienvenidas sombras, o se siembran variedades que no son las adecuadas y que
después se caen ocasionando daños o que hay que talar para prevenirlos.
Se trata, entonces, de recuperar el
vergel, enriquecido en el trópico por la gran variedad de verdes de la
vegetación, de colores de sus flores y de especies vegetales, tanto por razones
económicas, ambientales y de salud y placer, como en últimas culturales, lo que
es lo más importante. Y de ahí, justamente, que se trate un proyecto que no
apenas tiene que ver con arquitectura, paisajismo, botánica y agronomía, sino
igualmente con economía, salud y psicología; y que, considerando la amenaza de
la sobrepoblación y del cambio climático, sus beneficios inmediatos son muchos
y para muchos más, aquí y en otras partes. Y tema de un debate el viernes próximo
en la Sociedad de Mejoras Públicas.
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