Por un lado el Estado,
aplicando lo dispuesto para Cali en su nueva condición de Distrito Especial,
está definiendo las nuevas Localidades en las que se dividirá la ciudad. Por el
otro lado, la empresa privada proyecta nuevos grandes centros comerciales en
distintas partes de Cali. Lo absurdo es que cada cual lo hace por su lado; es
el hado de esta ciudad, esa fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre
hombres y sucesos, pues, como se ha repetido en esta columna hace años, aquí
paradójicamente no hay planeación desde que se creó la Oficina de Planeación ya
va para un siglo, y ningún plan se ha llevado a cabo y las normas cambian casi
con cada alcalde.
Esos nuevos centros comerciales, correctamente ubicados en función
de las centralidades peatonales que deberían ser la “capital” de cada nueva
Localidad de la ciudad, serian definitivos para focalizar alrededor o cerca de
ellos el resto del equipamiento urbano, tanto público como privado, que haría
ciertas estas bienvenidas ciudades dentro de la ciudad. En estas ciudades más
pequeñas sería más fácil recuperar el carácter de verdadera ciudad que ha
perdido Cali, como se puede comprobar en las que se han comenzado a formar
espontáneamente alrededor de algunos barrios tradicionales, aunque con la
amenaza latente de que en cualquier momento se cambien las normas.
Ciudades
capitales de las nuevas Localidades, que fácilmente podrían estar conectadas
entre ellas y con el Centro Tradicional Ampliado, por el nuevo eje urbano y
regional propuesto por un grupo de profesionales, con la ayuda de la Sociedad
de Mejoras Públicas de Cali, a lo largo del actual corredor férreo. Así Cali
podría pasar de ser una ciudad innecesariamente extensa y muy desordenada, a
ser un conjunto de Localidades unidas entre sí, y en las cuales su planeación,
obviamente dentro de un Plan General Urbano, sería más factible de ser
controlada por sus propios habitantes, quienes elegirían los ternas para su
Alcalde Menores.
Más que
habitantes, serian verdaderos ciudadanos conocedores de las fuerzas geográficas
e históricas que condicionan los sucesos de su ciudad, impidiendo que aquellas
obren irresistiblemente sobre ellos. Por eso habría que considera que si bien
no sería lo mejor que hubiera más localidades de las cinco o seis de las que se
ha hablado, si sería necesario que estas a su vez estuvieran divididas en
algunas centralidades peatonales además de la principal. Y tampoco sobraría que
cada una estuviera conformada por varios vecindarios y estos a su vez por sus
diferentes calles. En este caso, dividir sería gobernar desde la base.
Lamentablemente el
hado sigue allí: cada cual por su lado igual que en las calles por las que
peatones, carros, motos y bicicletas circulan sin impórtales las normas,
señalización, demarcación ni semáforos, lo que ha llevado a muchos caleños a
refugiarse en los centros comerciales e incluso en los supermercados, ya que
son lo más parecido a una ciudad que queda en esta que ya no lo es propiamente.
De ahí el imperativo de que sea el Estado el que señale dónde deben localizarse
los nuevos centros comerciales y no la empresa privada, junto con los demás
equipamientos urbanos de la ciudad, es decir, es imperativo que la empresa
privada entienda que primero va la planeación pública.
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