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Contextualidad. 15.07.2017


     La belleza de todas aquellas ciudades que son unánimemente reconocidas como tales estriba en la regularidad de sus calles y avenidas, lo que además permite que en ellas se destaquen sus plazas y parques, y en especial sus edificios monumentales. Y la regularidad de esas calles está dada por la de los edificios que las conforman. En las ciudades que desde mediados del siglo XX han crecido demasiado rápido sucede justo lo contrario, como es el caso de varias de las colombianas, en especial el de Cali, y no pocos de sus bonitos viejos pueblos ya casi irreconocibles.

     Ahora la heterogeneidad de los edificios, en alturas, aislamientos, paramentos y usos, ocasiona la caótica irregularidad de las calles y por ende su falta de belleza, cuando no su feúra, independientemente de lo estético que pueda ser cada uno de ellos. Y por eso lo único grato en estas nuevas ciudades suele ser lo que les queda de antes. O algunos muy buenos conjuntos aislados, como es el ejemplar caso de las Torres del Parque en Bogotá, en donde su arquitecto, Rogelio Salmona, tuvo el contundente acierto de ligarlas bellamente a la existente Plaza de toros de Santamaría y al Parque de la Independencia.

     Pero por lo contrario, la heterogeneidad de la arquitectura actual, paradójicamente producida por el gran “avance” de los sistemas constructivos que permiten toda clase de caprichos, ahora seduce a los que sólo ven edificios y no el conjunto que conforman con otros, e incluso lo que desean es que se diferencien de ellos y estén a la moda. El caos que así se produce en la imagen de las ciudades parece que no fuera percibido y de ahí que sus consecuencias sociales simplemente no se consideren, principiando por la sana identificación de los ciudadanos con su calle, su barrio, su sector y su ciudad.

    Aspecto este que lamentablemente aun poco se considera en los programas de arquitectura del país,  en cuyos talleres de proyectos se incita a los estudiante a lograr diseños “originales” aislados totalmente de sus contextos urbanos e independientes de las ciudades en las que supuestamente están, e incluso muchas veces no están en ninguna parte en especial. Afortunadamente esta situación viene cambiando en algunas universidades, en cuyos ejercicios de proyectación se parte de climas, relieves, paisajes, tradiciones tipológicas, y contextos construidos y sus respectivos diferentes modos de vida.

    En últimas se trata nada menos que del entorno físico, político, histórico y cultural, en el que se considera un hecho, como define el DLE la palabra “entorno”. Y en este caso ese “hecho” es la vida misma de los ciudadanos, lo que desde luego ameritaría más atención, considerando que cada vez es más la gente que vive en las ciudades, y es indispensable que se identifique con ellas para obtener una mejor calidad de vida, identificación que comienza con la de su imagen urbana, y esta por sus monumentos. 
          
    Mas no se trata de que todo siga igual sino de que cambie apenas lo indispensable y siempre para mejorar lo “viejo” y no para destruirlo con lo “nuevo”. Que es lo que torpemente en Cali se continua haciendo desde los VII Juegos Panamericanos de 1971, de mano de la codicia, la ignorancia, la insensibilidad y la total falta de visión y responsabilidad cultural, social, económica y política, de los que ven como “conservadurismo” la re funcionalización de lo ya construido, pasando por alto que es clave para la sostenibilidad de una verdadera ciudad.

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