Todos los edificios se
agregan a un paisaje, considerado tal por su aspecto artístico, no solo por
su belleza, y su arquitectura lo modifica para bien o para mal. Y los patios,
rodeados de arquitectura también son pequeños paisajes por su
vegetación y el firmamento infinito. La arquitectura siempre sucede en geografías de
relieves, climas y vegetaciones diferentes que generan paisajes distintos. Y
una y otros cambian diariamente y a lo largo del año, ya sean cuatro estaciones
o ninguna en el trópico.
Tratar de mostrar la arquitectura o el paisaje con sólo
imágenes es incompleto, ni siquiera con fotos de Fallingwater en cada estación
como sabría Frank Lloyd Wright, pues se perciben con todos los sentidos. Y peor con solo imágenes de exteriores que son las que suelen
mostrar las revistas de “arquitectura” o la engañosa propaganda turística en
las demás. Todos los edificios, ciudades y paisajes tienen formas, texturas,
colores y tonos que los identifican, y sonidos, olores y sabores que los
caracterizan.
Es preciso narrarlos al tiempo que se muestran. Decir cómo
suenan y resuenan, a qué huele, cómo se sienten al tocarlos con la mirada o con
el cuerpo, incluso, sin sacar la lengua, pensar a qué saben, y todo a lo largo
de llegadas y salidas y demás diversos recorridos y estancias en el tiempo y el
espacio. Como en una buena novela; una de Leonardo Padura por ejemplo, quien en
Herejes, 2013, nos pasea por los
paisajes de la Habana y Ámsterdam, y desde el siglo XVII al XXI.
Y los estudiantes de arquitectura,
en lugar de tantos “proyectos” de nueva planta deberían hacer más ejercicios de renovación de
edificios que se puedan visitar en diferentes paisajes, y así poder analizar en
el sitio los frutos de su allí evidente interrelación. Lo que difícilmente lo
pueden hacer encerrados todo el tiempo en un salón de clase, casi siempre feo
por lo demás y con sus posibles paisajes ocultos por persianas o cortinas para
que no se distraigan como si con sus celulares no bastara.
En
conclusión, hay que regresar a una arquitectura del lugar, como fue la
tradicional en cada región del mundo, a una arquitectura regionalista y
verdaderamente posmoderna, de acuerdo con los diferentes paisajes. La que debe
empezar con un análisis de los lugares a intervenir: su relieve, clima y
vegetación; la descripción de su panorama concreto y de las tradiciones que
comporta, ayudándose con fotos y textos descriptivos de lo que se siente y,
posteriormente de lo que se piensa al respecto.
En pocas palabras, el paisaje siempre
está primero que la arquitectura, y en las ciudades sencillamente esta se
agrega creando nuevos contextos que deben continuar lo ya existente. Y no con
la idea falsa de que todo se va a renovar, la que en muchas ciudades, como es
el caso de Cali, ha conducido a modificar sus paisajes para mal, además de
servir a la obsolescencia de lo construido, sino estrictamente programada si
muy deseada por la codiciosa industria de la construcción.
Es muy preocupante que cada vez más la arquitectura no
complemente el paisaje, sino que lo degrade o destruya su belleza o incluso su
geología en aras al espectáculo de moda. A más de que los edificios son
indirectamente responsables de muy buena parte del calentamiento global por su
gran consumo de agua y energía para su iluminación y climatización, como ya lo
han señalado Sophia y Stefan
Behling (La evolución de la arquitectura sostenible, 1996), y muchos otros.
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