Desde luego un verdadero POT,
principiando por hacerlo sobre el área real de la ciudad y no apenas para la
que corresponde al Municipio, y con la población verdadera, debería ser
anterior a un plan vial, y este parte del mismo junto con el uso del suelo, las
densidades y alturas, y el equipamiento urbano. Pero como la geografía manda
sobre la historia, como nos ha enseñado Fernand Braudel (El Mediterráneo…, 1949) con
POT o sin él, esta ciudad está condenada a alargarse cada vez más entre la
Cordillera Occidental y el río Cauca, a
menos que a un nuevo Goyeneche se le ocurra pavimentarlo (ya está el agua y la
arena y apenas falta el cemento) si es elegido como presidente, y fue lo que ya
se propuso en serio en los años 70 para el río Cali.
Y por supuesto una ciudad
longitudinal como lo es Cali hoy en día,
precisa de varias vías, de punta a punta, y que se puedan extender, y otras
transversales de tanto en tanto, y la primera de aquellas debería ser por el
corredor férreo junto con el tren, de superficie o si se quiere elevado, o los
dos, vías locales laterales acompañadas de ciclovías y amplios andenes
arborizados, y todo dentro de una alameda, que sería la más larga del mundo y a
lo largo de la cual estaría el nuevo equipamiento urbano de la ciudad. El
problema es que el suelo aquí es propiedad del Estado lo que dificulta negociar
con él, que es como el capitalismo se ha apoderado de las ciudades a través de sus infraestructuras (Manuel
Herce: El negocio del territorio,
2013).
Sin embargo, este es un tema que
debería interesar a todos los ciudadanos, desde los que no se bajan del carro
hasta los que sólo se suben a el de vez en cuando, pasando por los
motociclista, los ciclistas y desde luego los peatones que lo son todos así
vayan en silla de ruedas. No importa si son santistas o uribistas pues los
únicos acostumbrados a andar por el monte son los cabecillas de las FARC pero
ya lo olvidaron después de tantos años en la Habana, mientras sus jóvenes
militantes son reclutados en los pueblos y ciudades, en donde por supuesto
caminan por en medio de sus calles, y no en el monte.
Pero mientras tanto nada impide
regularizar al menos las vías existentes para que conserven el mismo número de
carriles a todo su largo y que estos sean del mismo ancho, dándole el área
sobrante a los andenes. Igualmente se podría recuperar el doble sentido en las
vías con separador que se dejaron con uno solo, solución que se abandonó en la
Alemania Occidental con la caída del muro de Berlín, el último país europeo en usarla, por confusa y
peligrosa para los peatones, junto con el cruce a la derecha “con cuidado” por
lo mismo, pues pocos lo hacen o simplemente no pueden hacerlo con cuidado
mientras los peatones corren al ser embestidos por los carros.
También
se podrían dividir por la mitad los carriles derechos de las vías con más de
tres, para uso de motos y bicicletas, cada mitad, y para que se detengan
los taxis y carros y cuando van a cruzar
a la derecha, ya experimentada con éxito en la nueva ciudad de Ilac, y
sincronizar los semáforos donde sea posible.
Y en lugar de continuar dejando a cualquier particular hacer “policías
acostados “en la mitad de las cuadras y de cualquier manera, hacerlos como
pasos pompeyanos en sus equinas, sirviendo así tanto para detener a los carros
como para facilitar el cruce de los peatones. Pero al parecer de poco sirve
repetir todo esto aquí y en la columna ¿Ciudad? de El País.
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