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Ciudad y arquitectura. 16.07.2016


     En nuestras ciudades el espacio urbano privado, el patio, estaba nítidamente diferenciado del público, la calle, y apena había plazuelas enfrente de las iglesias y grandes plazas, las que lamentablemente fueron convertidas en parques después de la Independencia (en lugar de agregarlos pues sin dudad son más acordes con nuestros climas templados y sobre todo los cálidos, invariables a lo largo del año). Pero, como escribe Carlos Fuentes, “toda nueva creación se nutre de la tradición que la precede” (Luis Barragán / Temas y variaciones, 2002), y en el caso de Rogelio Salmona, él se encontró con el origen de nuestras ciudades en su viaje por el sur de España y norte de África, y de ahí que a su regreso a Colombia se preocupara desde su inicio de que la suya fuera una arquitectura contextual que respetara la ciudad tradicional preexistente.

     Y sin duda logró que sus edificios se agreguen a ciudades ya construidas, especialmente los que están en sus pequeños y frágiles cascos coloniales, como es el caso de la antigua FES, hoy Centro Cultural de Cali, o el Archivo General de la Nación y el Centro Cultural Gabriel García Márquez, ambos en Bogotá. Siempre entendió que las construcciones nunca existen solas y que con frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios y espacios preexistentes. Que deben ser parte activa de las tradiciones edilicias, arquitectónicas y urbanas de los lugares en los que están. Que deben respetar las preexistencias propias de las ciudades. Que su belleza debe estar determinada por la trama urbana que las rodea en contextos que están inevitablemente en evolución, y desde luego por el omnipresente paisaje natural de altas montañas en el que están emplazadas la mayoría de nuestras ciudades.

      Por eso es tal vez que Salmona dijo y repitió que hacer arquitectura hoy en Latinoamérica es un acto político (siempre lo fue), además de cultural y estético, pues él trató ante todo de hacer ciudad y no apenas edificios (ni menos monumentos). Esto convierte su práctica en una ética de la arquitectura, propósito crucial dentro de nuestra incipiente sociedad urbana y por supuesto de total actualidad y urgencia en nuestras maltrechas ciudades. En este sentido su obra responde honrada e inteligentemente a ellas: a su geografía e historia (Entre la mariposa y el elefante, 2003). Preocupación que, junto con otras características de su arquitectura, hace que se separe del movimiento moderno general y abra un nuevo camino en la arquitectura colombiana como lo dice Silvia Arango (La evolución del pensamiento arquitectónico en Colombia 1934-1984, 1992).

      Para Rogelio Salmona, arquitectura y espacio urbano han sido inseparables. En todos sus proyectos, con la entendible excepción de las casas unifamiliares, es constante el carácter público o semipúblico de los primeros pisos ya sea que estén construidos o sean libres. En ellos se vuelve de nuevo realidad que es en las calles, plazas y parques en donde se vuelven ciudadanos los habitantes de las ciudades. Y de allí su lucha de años en contra de la privatización cada vez mayor del espacio público en las nuestras. En todas sus obras insistió en la importancia de la permanencia de la ciudad e invariablemente logra ennoblecer con sus edificios las ciudades en donde interviene, poniendo la mejor arquitectura del país al servicio de sus ciudadanos comunes para que habiten en ella con dignidad, poesía y placer. De ahí lo pertinente de que su obra se estudie más, aquí, precisamente.

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