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Habitantes vs ciudadanos. 16.04.2016


Advierte Moisés Naím que “cuando un país tiene más habitantes que ciudadanos, su futuro no puede ser bueno” (Repensando el Mundo, 2016,  111 sorpresas del siglo 21, p. 385). Es lo que sucede cuando las ciudades crecen mucho y muy rápido: se llenan de habitantes que les toma tiempo volverse ciudadanos pues no es un asunto apenas de educación formal si no cívica la que mal se puede dar una ciudad cuando cambia tanto, incluyendo la demolición de su patrimonio construido, el que constituye la imagen y la historia con la cual se identifican.

Por eso no extraña que el 42% de los asesinatos ocurran en ciudades de América Latina, que han cambiado mucho y muy rápido, aunque aquí viva solo 8% de los habitantes del mundo (p. 320). Cali, que ocupa el décimo lugar entre las 50 ciudades más violentas del planeta, por debajo de Palmira que ocupa el octavo, pero que en 2013 ocupó el cuarto,  y hoy seguida muy lejos por Pereira. Cartagena, ciudad con la que no es difícil estar de acuerdo con Naím en que es la más bella de América (p. 306), y de más lento crecimiento, por lo contrario tiene muchos menos homicidios.

Es la amenaza de la sobrepoblación. Del creced y multiplicaos, de que cada hijo trae el pan debajo del brazo, de que donde come uno comen diez, de que correrán ríos de leche y miel, y que lloverá mana del cielo; en fin, que Dios proveerá, como lo recordaba en días pasados un acertado comentario a la pertinente columna de Micky Calero (Agro en tiempos de paz, 02/04/2016). Como informa Naím, el mundo está hoy cosechando más granos que nunca (p. 57), o sea que el problema no es falta de comida, la que se desperdicia de forma escandalosa, sino de dinero con que comprarla y sobre todo de destrucción de la naturaleza.

El creciente consumo y procesamiento de alimentos y recursos naturales para los sobre poblados conglomerados humanos, cada vez más demandantes, tiene efectos devastadores. La actividad agropecuaria contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero, tiene también un desmesurado efecto negativo en el ciclo natural del nitrógeno, por el uso de fertilizantes para un mayor rendimiento de las cosechas, utiliza masivamente agua para irrigación, y tala bosques y guaduales e invade humedales y lagunas como acaba de suceder en Sonso.

Mientras que el ciudadano se relaciona activamente con su ciudad y goza de derechos políticos pero se somete a sus leyes, sus habitantes sólo demandan más alimentos, producen más residuos, contaminan más y exigen más espacio del que la naturaleza puede dar sin sacrificar el futuro de otras especies. Cuantos más sean, de menos recursos naturales disponen, por lo que ya la sobrepoblación del planeta está amenazando al ser humano mismo. De ahí que sea preciso formar más ciudadanos para que haya menos habitantes, y las ciudades sean más el bello escenario de una sociedad y su símbolo más reconocido.

Que en lugar de resignarse a coexistir con el asesinato, como señala Naím (p. 320) se apropien de sus calles, plazas y parques. Que exijan más seguridad en ellos, más limpieza, que se los cuide y no que se los renueve torpemente, como acaba de pasar, en la Plazoleta del Correo, que es su nombre original pues hasta eso lo cambian. Asuntos “sistémicos” los llama Naím, que en estos casos afectan a sus ciudadanos, más no a la mayoría de sus habitantes que no se dan cuenta de que el sector más “ciudad” de Cali es su Centro Histórico, dejado de lado por la administración municipal desde hace medio siglo.

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