Más de la mitad de los posibles electores se
abstienen de votar. Se venden y compran votos. Se financian campañas a cambio
de contratos. Se eligen personas que tienen asuntos pendientes con la Ley. Se
amenazan candidatos e incluso se los elimina. Estos no hacen propuestas sino
promesas que anuncian con retratos y eslóganes en grandes y costosas vallas
como si fuera propaganda comercial (que lo es) y no se analizan ni debaten
seriamente. Y para rematar, por un error del CNE miles no podrán votar el domingo.
Pese a que cerca del 80% de los habitantes del país
viven actualmente en ciudades no tienen todavía una cultura urbana, lo que
lleva tiempo adquirir, pero todos sus votos valen igual independientemente del
grado de educación ciudadana de cada elector. Al tiempo que la gran mayoría de
los candidatos a las alcaldías no tienen estudios ni experiencias ni
conocimientos ni experticia en el aspecto urbano arquitectónico de las ciudades
que irresponsable o ingenuamente pretenden orientar.
De
siempre las ciudades han sido lugares para hacer negocios pero ahora y aquí se
han vuelto ellas mismas un negocio. Es el objetivo único de casi todos los
políticos, propietarios del suelo rural que
rodean los cascos urbanos, constructores de vivienda y obras públicas, y
transportadores. Y, como dice Umberto Galimberti, a diferencia de las ideas que pensamos,
los mitos al respecto nos gobiernan no con lógica sino con psicología (Los mitos de nuestro tiempo, 2009).
Democracia (Del gr. dḗmos, «pueblo» y krátos, «poder» o «gobierno») es una doctrina política favorable a la
intervención del pueblo en el gobierno, y pueblo (Del
lat. popŭlus) es el conjunto de personas de un lugar, región o país. Pero pese
a que se dice que este es un país de regiones se insiste en que tiene un solo
pueblo, sólo porque habla un mismo idioma y profesa una sola religión, aunque
ya no tanto, los que fueron, con la arquitectura, las otras armas de la
conquista (F.
Chueca Goitia, Invariantes en la
Arquitectura Hispanoamericana, 1979).
Y ya en 1823 Gaspar decía Théodore Mollien que: “No es fácil decir cuál
es la opinión política de los bogotanos: como todos los capitalinos, suelen ser
criticones, porque ven de cerca el juego del gobierno; pero en realidad son
para este más bien espectadores indiferentes del mantenimiento en el poder o de
su caída, que enemigos peligrosos. Con tal de que no les hagan pagar impuestos
y les dejen criticar a su gusto, se creen libres.” (Citado por P. Navas: Le Tour du Monde, 2013, t.1, p.8).
En conclusión, en
Colombia no existe un predominio del pueblo en el gobierno político del Estado,
que es otra acepción de la palabra “democracia”, y tampoco sus habitantes
conforman en rigor un pueblo pues no es un país con gobierno independiente, que
es otra acepción de la palabra “pueblo”, pues es permanente la dependencia política
que se tiene con Estados Unidos, y que tanto ha señalado Antonio Caballero en
la revista Semana. Pero también es cultural.
Por eso votar en
blanco, aun cuando pierda, es sin duda mejor que abstenerse y sólo criticar pues
educa en el ejercicio de la democracia, haciendo que los electores no sean tan
diferentes entre ellos en tanto ciudadanos. Y al tiempo cohesiona a los
inconformes, cuestiona a los políticos tradicionales y así ayuda a mermar la
corrupción. Al fin y al cabo, como ya lo dijo Friedrich Wilhelm Nietzsche: la democracia
sólo es posible entre iguales. Y a su vez nos iguala.
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