Silenciosa como Ginebra, Lisboa o Mompox, debe ser
bella como París, Venecia o Cartagena, alegre como Ámsterdam, Estambul o Granada,
significativa como Roma, Madrid o Popayán y estimulante como Londres, Nueva
York, o Bogotá. Una buena ciudad es ahora indispensable para una buena vida,
incluso para la vida misma pues sin ellas no cabemos en el único planeta que
tenemos. Tenerla se volvió prioritario, y por eso la gente se autoexilia
buscándola cuando no puede mejorar la propia. Pero si partir es morir un poco, quedarse
no pude ser vivir apenas. Solo tenemos la vida que tenemos y la ciudad en la
que vivimos, y por eso es importante conocer buenas ciudades; ser viajeros y no
apenas turistas para que al regreso, que es lo mejor de los viajes, podamos
mejorar nuestra ciudad y nuestra vida, o al menos vivir en el intento.
Una buena ciudad se acomoda bien a su
clima y sus paisajes, y sus edificios son sostenibles, ecoeficientes y poco
contaminantes, lo que es muy fácil en el trópico templado como es el caso de
Cali. Igual que lo puede ser su transporte público y privado, que comienza con
los peatones apenas cierran la puerta de su vivienda, y por lo tanto una buena
ciudad debe ser concentrada y con buenos andenes y muchos parques, pero sin
edificios innecesariamente altos. Una buena ciudad debe contar con un sistema
integrado de transporte colectivo que involucre trenes de cercanías que la
conecten con las ciudades y poblaciones vecinas, mas un metro, buses, taxis y
carros y bicicletas de alquiler que faciliten la movilización dentro ella,
haciendo innecesario el uso permanente del carro particular, que quedará para
las noches y los fines de semana.
Lo verdaderamente novedoso en las
formas de la arquitectura de una buena ciudad no lo debe ser a costa de lo
tradicional, sino que se le debe sumar, enriqueciendo su patrimonio construido,
dándole sentido a la memoria colectiva y fortaleciendo la identidad de los
ciudadanos con su ciudad. Además, en todo lo construido se ha invertido dinero,
trabajo, materiales, agua y energía, que hay que re aprovechar para beneficio
de todos en lugar de volverlo escombros, desperdicios, basuras y contaminación
para beneficio solo de los especuladores urbanos. Una buena ciudad no es
victima de la obsolescencia programada de sus construcciones, que casi siempre
se pueden actualizar técnicamente, ni mucho menos de sus monumentos, como increíblemente
pasa en las nuestras.
Pero para tener una
buena ciudad no vasta con una educación escolar, técnica y profesional
convencional. En una buena ciudad debe haber una buena educación humanística
para todos, integral y permanente, sobre la geografía y la historia de la
ciudad y su adecuado uso. Cuando alguien va a una buena ciudad rápidamente
aprende de los otros cómo comportarse adecuadamente en el espacio público, y
que debe respetar a los otros pues estos hacen lo propio con él. Pero además, en
una buena ciudad existe una pronta y eficiente policía municipal a la cual
acudir cuando sea necesario, tribunales que resuelven pronto las quejas y que vigilan
que se cumplan sus sentencias, y oficinas de planeación que actualizan la ciudad
pero no para cambiar su imagen sino para hacerla, mas funcional, confortable y
segura; y mas bella.
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