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Las emociones de la arquitectura. 29.12.2012


Las fachadas, con su disposición de llenos y vacíos, son la primera emoción que brindan los edificios,  ya sean únicas o las que forman las esquinas de sus volúmenes, cuando son exentos; como también las fachadas interiores. En todas ellas, las cubiertas son lo más llamativo e importante pues recortan el edificio contra el cielo. Por eso las cubiertas planas de la arquitectura moderna precisan de algunos elementos que rompan su inútil monotonía.
                                                                                                                                                                    Después vienen las entradas, ya sean zaguanes o vestíbulos, que son un abrebocas de los varios espacios a recorrer a continuación. Más adelante, en el interior, se pueden encontrar más zaguanes para pasar a patios, a veces más de uno, a los que dan recintos diferenciados sucesivos que cualquier constructor popular hacia antes con éxito. O en su defecto, está el espacio continuo de alguna arquitectura moderna, una maravilla en manos de un buen arquitecto.
                                                                                                                                                                      Patios que cuando son estrechos son íntimos y miran decididamente al cielo, siempre gratis, y tan emocionante o más que las “vistas” que venden caro ahora, mientras que los patios medianos y grandes, y ni se diga los claustros, permiten ver las fachadas interiores al tiempo que el cielo, el que además se refleja cuando contienen estanques, espejos de agua o atarjeas. Finalmente están los solares, vergeles que en las casas de antes eran como salir de nuevo al campo, cuando no al campo mismo, como aun en algunos pueblos.
                                                                                                                                                                      Todo unido por corredores acodados que deparan sorpresas en cada giro de su recorrido, o, cuando son lineales, al final de los mismos, o a sus costados, o arriba o incluso abajo, y por supuesto pueden estar combinados como en la mejor arquitectura posmoderna (que no posmodernista).  Emoción arquitectónica que ofrecen las circulaciones de los edificios, pero que se ha perdido en manos del funcionalismo auspiciado por los mercaderes del negocio inmobiliario.
                                                                                                                                                               Corredores abiertos a un costado sobre los patios, que al ensancharse se vuelven  salones de doble altura, la que los dignifica. E incluso con clerestorios como en las grandes catedrales medioevales, que de nuevo permiten mirar al cielo pero a través de vanos que lo enmarcan, y que dirigen y controlan la luz o el sol que entra siempre diferente y siempre emocionante. No como en los estrechos e insípidos pasillos interiores que pasan por “modernos”.
                                                                                                                                                              Finalmente, terrazas, azoteas y miradores vuelven a conectar la tierra con el cielo (lo que no pueden hacer las sosas cubiertas planas de la vulgarización de la arquitectura moderna cuando ni siquiera son asequibles), pero más arriba de las calles, plazas y parques que son lo que son las ciudades, y sus habitantes claro, a los que la arquitectura brinda sus emociones.  ¿Qué tal Brasilia sin los edificios de Niemeyer o Cartagena sin sus bellísimas casas, conventos e iglesias?
                                                                                                                                                               Tradiciones de la arquitectura que algunos arquitectos y estudiosos descubren y protegen o se las re inventan, y practican y evolucionan. Pero otros, la mayoría, las destruyen sin necesidad de hacerlo, las más de las veces por la premura oportunista de seguir la penúltima moda. Ahora que todo cambia tan rápido y la gente vive más tiempo, logrando apenas sacarle a la arquitectura emociones elementales y efímeras, como llenarla de olas, persianas de mentiras o colorcitos.

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