Comienza por el de los electrodomésticos como licuadoras o
aspiradoras, y la alarma del carro por supuesto; y sigue con el llamado ruido
ajeno, el del aire acondicionado de los vecinos y sus ruidosas fiestas; el de
los aviones y helicópteros que nos vuelan por encima para que nos sintamos
cuidados, y por supuesto el de las calles, con sus muchas ambulancias con o sin
heridos, las ruidosas motos, los carros y los pitos de los que no pueden vivir
sin pitar; y para rematar, los parlantes de los vendedores de ruido en calles y
“malls” y de dioses que no existen. Son
los ruidos de esta ciudad: sonidos inarticulados, siempre
desagradables para las personas normales, muy diferentes a las que ya se han
acostumbrado al ruido o, peor, que lo han vuelto parte de su vida: “homo rugitus"
esa mutación de los que tampoco ven la fealdad y niegan la realidad: la del
ambiente de ruido de Cali, por ejemplo.
Por los efectos del ruido sobre la
salud, en ambientes en torno a los 100 decibelios, se puede perder parcial o totalmente
la audición, alterar el sueño, producir estrés o depresión, o disminuir la
atención, o falta de rendimiento o agresividad. Y su efecto social va de alteraciones en la comunicación entre
los ciudadanos al bajo rendimiento de los trabajadores, etc. (Wikipedia). Contra el ruido excesivo se pueden usar diversos
tipos de tapones para los oídos, algunos muy sofisticados por cierto, pero
entonces también se eliminan los sonidos del viento o la brisa, del agua que
corre, de las fuentes cantarinas, el cantar de los pájaros o el latido de los
perros, bellos sonidos que quedan limitados a “oírlos” cómodamente en la
televisión y a cualquier hora, no en su tiempo. Es decir, la vida actual de
muchos, a base de mentiras ni siquiera piadosas.
Por
supuesto el control del ruido ambiente de ciudades con climas cálidos o
templados permanentes, como es el caso de Cali, es más difícil que en las de
clima frío, pues tienden a tener las ventanas abiertas para dejar pasar la
brisa que refresca, y entones con ella se cuela el ruido ajeno, y porque en ellas
muchas actividades tanto familiares como colectivas se llevan a cabo al aire
libre. Todo un tema para ser estudiado en las escuelas de arquitectura,
aprendiendo de nuestra arquitectura colonial, cuyos íntimos patios logran dejar
afuera a los vecinos y su ruido, ayudaos por sus muros de tierra, el mejor y más
económico aislante acústico y térmico, y que ahora se puede compactar dentro de
los cada vez más usados bloques huecos de hormigón, y si se le agrega algo de
cemento y arena, mezcla conocida como “suelo cemento”, se amplía su capacidad
portante.
Así,
sería posible paliar el ruido de nuestras ciudades, y escuchar de nuevo los entrañables
sonidos de la naturaleza. Seríamos más amigables con ella, la que estamos
destruyendo, y se disminuiría la violencia intrafamiliar y hasta los accidentes
de tránsito, que junto con la delincuencia común causan más muertes que la
guerra contra la subversión y el narcotráfico. Pero por supuesto en la Habana
de estos temas no se habla. La paz
no es apenas la ausencia de inquietud, violencia o guerra, es un estado en el
cual se encuentran en equilibrio
y estabilidad las partes de una sociedad. Y en el plano personal es un estado
interior exento de sentimientos negativos (ira, odio). La paz y e silencio
deben ser deseados, entonces, tanto para uno mismo como para los demás, hasta
el punto de convertirse en un propósito urbano, lo que no se contempla en el
POT de Cali.
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