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Del sonido de la naturaleza al ruido urbano. 24.08.2013


   Comienza por el de los electrodomésticos como licuadoras o aspiradoras, y la alarma del carro por supuesto; y sigue con el llamado ruido ajeno, el del aire acondicionado de los vecinos y sus ruidosas fiestas; el de los aviones y helicópteros que nos vuelan por encima para que nos sintamos cuidados, y por supuesto el de las calles, con sus muchas ambulancias con o sin heridos, las ruidosas motos, los carros y los pitos de los que no pueden vivir sin pitar; y para rematar, los parlantes de los vendedores de ruido en calles y “malls”  y de dioses que no existen. Son los ruidos de esta ciudad: sonidos inarticulados, siempre desagradables para las personas normales, muy diferentes a las que ya se han acostumbrado al ruido o, peor, que lo han vuelto parte de su vida: “homo rugitus" esa mutación de los que tampoco ven la fealdad y niegan la realidad: la del ambiente de ruido de Cali, por ejemplo.
                                                                                                                                                                      Por los efectos del ruido sobre la salud, en ambientes en torno a los 100 decibelios, se puede perder parcial o totalmente la audición, alterar el sueño, producir estrés o depresión, o disminuir la atención, o falta de rendimiento o agresividad. Y su  efecto social va de alteraciones en la comunicación entre los ciudadanos al bajo rendimiento de los trabajadores, etc. (Wikipedia). Contra el ruido excesivo se pueden usar diversos tipos de tapones para los oídos, algunos muy sofisticados por cierto, pero entonces también se eliminan los sonidos del viento o la brisa, del agua que corre, de las fuentes cantarinas, el cantar de los pájaros o el latido de los perros, bellos sonidos que quedan limitados a “oírlos” cómodamente en la televisión y a cualquier hora, no en su tiempo. Es decir, la vida actual de muchos, a base de mentiras ni siquiera piadosas.
                                                                                                                                                                      Por supuesto el control del ruido ambiente de ciudades con climas cálidos o templados permanentes, como es el caso de Cali, es más difícil que en las de clima frío, pues tienden a tener las ventanas abiertas para dejar pasar la brisa que refresca, y entones con ella se cuela el ruido ajeno, y porque en ellas muchas actividades tanto familiares como colectivas se llevan a cabo al aire libre. Todo un tema para ser estudiado en las escuelas de arquitectura, aprendiendo de nuestra arquitectura colonial, cuyos íntimos patios logran dejar afuera a los vecinos y su ruido, ayudaos por sus muros de tierra, el mejor y más económico aislante acústico y térmico, y que ahora se puede compactar dentro de los cada vez más usados bloques huecos de hormigón, y si se le agrega algo de cemento y arena, mezcla conocida como “suelo cemento”, se amplía su capacidad portante.
                                                                                                                                                                      Así, sería posible paliar el ruido de nuestras ciudades, y escuchar de nuevo los entrañables sonidos de la naturaleza. Seríamos más amigables con ella, la que estamos destruyendo, y se disminuiría la violencia intrafamiliar y hasta los accidentes de tránsito, que junto con la delincuencia común causan más muertes que la guerra contra la subversión y el narcotráfico. Pero por supuesto en la Habana de estos temas no se habla. La paz  no es apenas la ausencia de inquietud, violencia o guerra, es un estado en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una sociedad. Y en el plano personal es un estado interior exento de sentimientos negativos (ira, odio). La paz y e silencio deben ser deseados, entonces, tanto para uno mismo como para los demás, hasta el punto de convertirse en un propósito urbano, lo que no se contempla en el POT de Cali.

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