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Ciudades, edificios y arquitectura. 16.06.2012


La sostenibilidad, funcionalidad, seguridad, confort y, especialmente, el aspecto de nuestras ciudades, en sus diferentes contextos urbanos arquitectónicos, como barrios y sectores, tiene que ver de una manera u otra con los arquitectos. En ellas vivimos cerca del 80% de los colombianos, y por eso la formación profesional de estos debería ser un asunto de interés público, sobre todo ahora en que probablemente no sea la más adecuada a los problemas actuales: insuficiencia próxima de agua potable, contaminación creciente, movilización cada vez más lenta y falta de belleza. No es sino preguntarle a un estudiante qué entiende por arquitectura y por qué la estudia, y de otro lado los profesores no estamos de acuerdo en que es lo qué enseñamos ni cómo, y la gente en general ve la arquitectura como algo accesorio.

Hoy en día la arquitectura profesional sencillamente debería ser la técnica y el arte de proyectar edificios que sean construibles, habitables, seguros, funcionales, confortables y bellos, y sobretodo que complementen el contexto urbano en el que casi todos están ahora. Técnica que involucra principios de antropología, ergonomía, proxémica y homeostasis disciplinas y saberes que ahora nunca se mencionan en las escuelas de arquitectura, pese a que, precisamente, es lo que se puede enseñar, como se enseña urbanismo o construcción ahora. Y la parte artística, que hay que orientar y estimular, igualmente comporta una técnica de “composición” como en la música, la pintura o la poesía que por supuesto también se puede enseñar, y que es lo que diferencia la arquitectura de la simple construcción.

 Hace medio siglo, cuando apenas el 20% vivíamos en ciudades, las facultades de arquitectura eran apenas un puñado: tres en Bogotá, una en Cali y otra en Medellín, y eran pequeñas. Cada profesor tenía un taller, todos eran arquitectos que diseñaban y muchos eran verdaderos maestros, incluso reconocidos internacionalmente. Ahora cada taller es del tamaño de una de esas escuelas, con varios profesores que no conforman una cátedra, y pocos practican la profesión. Y aunque cada vez más tienen más  estudios de posgrado, lo que permitiría la posibilidad de una crítica y una teoría que antes no existía, y que es imprescindible, paradójicamente no existe un verdadero debate académico. Pero por supuesto para hablar de los proyectos no para enseñar a hacerlos, para lo que se precisa es practicar el oficio.

 La solución pasa por la apertura de otros programas afines al diseño arquitectónico, como el diseño de interiores, el urbanismo, la restauración y la construcción de edificios, trabajo este al que finalmente se dedican muchos egresados y que hacen mejor que los ingenieros. Pero también es necesaria la creación de verdaderas cátedras alrededor de los profesores con más experiencia en el oficio. Igualmente sería muy conveniente no confundir la evaluación de los ejercicios para aprender a diseñar con la de los proyectos, ni con la calificación del curso, la que debería de hacerse al final y con un jurado. Pero lo más importante es que los profesores de taller enseñen como se diseña, a partir de su propia experiencia, y no que pongan a sus estudiantes a “rayar”, ni que se limiten a llevarlos de la mano como hacen ahora.

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