Cada vez hay en muchas más partes del mundo cada vez más turistas, de diversas procedencias cada vez más, circulando por los centros históricos de cada vez más ciudades, en los que pasan a ser sus ocupantes, unos tras otros, por algunas horas o por unos pocos días, y cada vez más a lo largo de todo el año. Entonces se convierten en los únicos “habitantes” de esos centros históricos, junto con el personal que trabaja en hoteles, museos, almacenes, restaurantes y bares, que vive en otras partes de la ciudad respectiva o afuera de esta, ya que cada vez más son menos los vecinos tradicionales que aún no se han visto desplazados.
En conclusión, se trata de los centros históricos del pasado de esas ciudades, que, junto con los turistas del presente, son el futuro de esos icónicos lugares, que ahora solo son unos muy amplios “museos” de urbanismo y arquitectura. Pero al menos hay en ellos bares, cafeterías y restaurantes, aunque cada vez mas internacionales en sus comidas, bebidas y comportamientos, a los que, junto con los turistas, acuden visitantes locales; son lugares de descanso y conversaciones que, paradójicamente, tanta falta hacen en tantos museos actuales que ni siquiera tienen bancas cómodas para poder ver con calma cuadros y esculturas o descansar para reflexionar sobre lo visto.
Por supuesto la gran mayoría de los castillos y palacios que suelen visitar los turistas ya no tienen los residentes que los originaron o que luego los habitaron, y las iglesias, mezquitas y sinagogas son distintas con o sin sus fieles y ceremonias, y los antiguos templos ya a no cuentan con sus dioses. Pero otra cosa muy diferente son las viviendas de los barrios históricos de las ciudades sin sus residentes habituales, viviendas que, sean casas o edificios de apartamentos, se han convertido en residencias de diferentes tipos para los turistas y para bares y restaurantes, o están desocupadas o a la venta, y solo continúan activos sus primeros pisos.
Todo lo dicho arriba es acerca de una creciente realidad que confirma, una vez más, que el turismo invasivo es negativo para las ciudades cuando implica la gentrificación de sus centros históricos, ignorando torpemente que si no lo fuera seria positivo para ellas, económicamente, y para sus turistas y visitantes locales, culturalmente, y no apenas por el placer de viajar a otra parte, al que se sumaría el de aprender de otras experiencias de vida, lo que sin duda les será útil a las personas al regresar, que es lo que anima a los verdaderos viajeros, que no simples turistas, los que en este caso comenzarían poco a poco a ser viajeros cultos.
Para finalizar (hasta el próximo viaje) hay que recordar de nuevo que los centros históricos son la parte más antigua de cualquier ciudad, y que representan las primeras construcciones de su fundación e incluyen espacios donde se ubican los principales mercados, comercios, oficinas públicas y casas de las familias fundadoras, lo que debería definir la intervención en ellos. Intervención que debe principiar por la valoración, conservación y reutilización de su patrimonio construido… y la de sus habitantes actuales, a los que habría que incentivar para que conserven sus propiedades, no dejándolas o destinándolas totalmente al turismo.
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