Para poder solucionar los problemas actuales de una ciudad caótica, como Cali, es preciso partir de los hechos que los facilitaron, y los de esta ciudad son unos pocos a lo largo del siglo XX. Todo comenzó cuando fue designada en 1911 como capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca, creado en 1910, y cuando el Ferrocarril del Pacífico la conectó, en 1915, con Buenaventura, y la ciudad comenzó a crecer mucho y muy rápido, y sus dirigentes, los del gobierno y los privados, carecían de los conocimientos y las experiencias para prever los problemas que se presentarían en la ciudad física como en sus habitante, y cómo los inmigrantes incidirían en ella y esta en ellos.
En 1956, la gran explosión de Cali, cerca a la estación del ferrocarril, aceleró lo que ya estaba ocurriendo por la influencia de Estados Unidos, cuando después de la II Guerra Mundial Miami se convirtió en la “Capital” de Latinoamérica, como dice Martín Capárros en Ñamerica, 2021. Sus “novedosos” urbanismo y arquitectura se interpretaron a pedazos y, desconociendo las diferencias geográficas, históricas y culturales, se comenzó la demolición de lo que se empezó a considerar como “casas viejas”; y la nueva estación no se construyó en el mismo sitio, en donde estaba vinculada a la Plaza de Caicedo por unas pocas cuadras de la Cl. 4, sino más lejos, afectando el Centro Histórico.
En 1959 la Revolución Cubana generó el rápido crecimiento de la agroindustria de la caña de azúcar, se aceleró el crecimiento de la ciudad, siendo una de las que más crecía en el mundo por esos años, y pronto se extendió desordenadamente cuando las tierras privadas dedicadas a la agricultura o la ganadería multiplicaron su precio al ser “urbanizables” ante la falta de un plan de ordenamiento territorial a largo plazo que una Secretaria de Planeación, recién creada en 1953, pudiera controlar, y lo suburbano se puso de moda de la mano de los automóviles, que comenzaron a invadir las calles, mientras que lo urbano se olvido junto con los andenes y el buen comportamiento en ellos.
En 1971 los VI Juegos Panamericanos, fueron la disculpa para demoler varios hitos urbanos de su memoria colectiva, en lugar de agregar obras a la ciudad, como la iglesia de San Agustín, la Gobernación (el Palacio de San Francisco), el Hotel Alférez Real, el Cuartel del Batallón Pichincha, y la Alcaldía se sacó del Centro Histórico; también se demolieron muchos otros edificios propios de la memoria de la ciudad, como el Colegio del Amparo, e innumerables casas “viejas”; y los socios del Club Colombia abandonaron su icónica sede, que se demolió, para levantar otra más “moderna”, y los del Club Campestre eliminaron la “casa grande” de la hacienda de San Joaquín, su inicial sede.
Y desde finales del siglo XX, el narcotráfico corrompió todo en Cali, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, incluyendo su urbanismo y arquitectura; se generalizó la falta de educación cívica de conductores de vehículos, especialmente los motociclistas, agravando la movilidad; el MIO no se planeó bien; y la inseguridad se disparó. Así, mientras al menos lo señalado hasta aquí no sea considerado por unas autoridades municipales competentes, y entendido por los dirigentes, periodistas, columnistas, académicos y ciudadanos, se continuarán dando corruptos palos de ciego y seguirá la historia del caos en Cali, del que tanto se ha escrito en la columna ¿Ciudad?.
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