Por supuesto es procedente, y necesario, que se critique a los alcaldes, pero habría que enfocarse más en sus gobiernos que en sus personas, y hacerlo igualmente con los concejos municipales, que son los que deberían programar las grandes propuestas para las ciudades, y vigilar que sus alcaldes las lleven a cabo. Pero lo más urgente es que se analice el hecho de que sea más de la mitad de los ciudadanos con derecho a voto los que permiten que una minoría, polarizada por el populismo y las mentiras de politiqueros corruptos, oportunistas e ignorantes, habrá el camino para que lleguen a las alcaldías, e incluso repitan personajes que tampoco saben que es una ciudad.
Tal parece que en muchas partes, como es el caso de Cali, ni votantes, ni no votantes, ni elegidos, no saben, o no les interesa, que las ciudades se deben al comercio, la industria, el trueque de conocimientos, la religión o la guerra, transformando al campesino en ciudadano cuyos deseos y necesidades vuelven un sitio natural un lugar construido, y que su fin es que en ellas vivan bien: civilizadamente, juntos pero de una manera determinada. Que las ciudades concentran el poder de una sociedad, son escenario y símbolo de su cultura y, con la lengua, la mayor creación humana, su mayor invento y el más complejo, que se trata de un arte colectivo con teoría y práctica propias.
En conclusión, es preciso que las campañas previas a las elecciones a las alcaldías sean educativas al proceder a identificar qué es lo malo de cada ciudad, por qué lo es y qué lo causa, para lo cual hay que recurrir a informaciones profesionales al respecto y a las disciplinas pertinentes. Y a partir de esos nuevos conocimientos sobre las ciudades, y cómo se manifiestan en cada una de ellas, proceder a buscar cambiar el comportamiento cívico de las personas que las habitan, para ir formando ciudadanos educados y urbanitas, que participen en las elecciones con responsabilidad para con la comunidad de la que forman parte, y con su escenario construido: la ciudad en tanto artefacto.
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