Comer y beber para subsistir, copular para reproducirse; luego hablar y divertirse; después costumbres y técnicas; labores y economía; sociedad y artes; religiones y filosofía; política y ciencias, se puede leer en El viaje de la humanidad, 2022, de Oded Galor. Instintos, actividades y saberes característicos del ser humano y de sus ciudades, hoy globalizadas mal y bien; estas, escribió Lewis Mumford en La cultura de las ciudades, 1938, son el escenario de la cultura y, con el idioma, la obra de arte más grande del hombre; en todas ellas se manifiestan esas características, las que deberían ser consideradas en su conjunto en todos sus planes y proyectos urbanos y arquitectónicos.
El idioma y las tradiciones, como lo son el comportamiento de los urbanitas y sus vestimentas, junto con las comidas y bebidas locales, de las que sí sabia escribir Antonio Caballero en Comer o no comer/y otras notas de cocina, 2014, todo un ejemplo de lo que dijo Cervantes: “Lo que se sabe sentir se sabe decir”. Tradiciones y costumbres que caracterizan a las ciudades tanto como sus calles y edificios, y en las que además del sexo, hay romances y amores, al punto en que hay que pensar que aquella “casa de la sierra” en donde se vive el romance de Efraín y María, que inventa Jorge Isaacs, era en verdad un pequeñísimo pueblo mucho más que una simple vivienda.
Tradiciones que hay que entender con Noam Chomsky cuando afirma en Estructuras sintácticas, 1999, que los niños no aprenden a hablar sino que saben hablar, igual que los pájaros que no aprenden a volar sino que saben volar, de lo que cabe inferir que posiblemente el hombre no aprendió a hacer ciudades sino que sencillamente supo hacerlas. Pero, como escribió Theodor W. Adorno en alguna parte de su Obra completa, 2003: "En cuanto una tradición cultural no está ya recorrida por una energía sustancial y de vasto alcance sino que se la invoca porque es bonito contar con una tradición, lo que pudiera quedar de ella se disuelve para poder llegar a ese fin.”
La coexistencia en todas las ciudades, de la religión, el sexo, el amor, el crimen, la corrupción, la riqueza, el arte, la ciencia y el poder, tema de tantísimas novelas, se pueden leer de nuevo en Las noches de la peste, 2022, la última obra de Orhan Pamuk, en su largo relato que combina historia, literatura y leyenda, y que además es una prolija descripción de una ciudad tradicional del Mediterráneo Oriental, en este caso imaginaria, y de sus diversos habitantes, representativa no sólo de aquellas sino de muchas. Y de paso es una crítica a la política local desde los inicios del siglo XX hasta más de un siglo después, y por extensión a la de muchos países actuales bajo dictaduras de hecho.
La ciudad "prohíja el arte y es arte" proclama Lewis Mumford en su libro antes mencionado, y James Lovelock, en Novaceno / La próxima era de la hiperinteligencia, 2019, deja en claro que: “Ningún fenómeno expresa más radicalmente la capacidad transformadora del mundo de nuestra era que la megaciudad.” Y entonces cabe pensar que debería ser evidente que hay que usar esa hiperinteligencia para planificar, diseñar y vivir más inteligentemente las ciudades en función de los seres humanos, según el conjunto de sus características biológicas y culturales, viéndolas como un todo integrado, y no miopemente por separado como actualmente sucede en tantas partes.
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