En muchas ciudades colombianas, no así en muchos de sus pequeños pueblos, muchos de sus habitantes habitan pobremente y la culpa no sólo es de los más ricos pero sí, en algunos aspectos, porque los imitan, ya que el caso es que muchos ricos y los nuevos nuevo ricos que los imitan viven como si fueran pobres. Pobres de espíritu que no saben valorar la calidad del espacio urbano y arquitectónico de sus ciudades, no siempre ligado directamente con la riqueza, al punto de que muchas casas “pobres” son más emocionantes, disfrutan de vistas más bellas y son más confortables y funcionales, como casi siempre en el campo, pero que unos y otros desprecian por “pobres”.
Valorar racionalmente la calidad del espacio urbano y arquitectónico de las ciudades es un asunto bastante complejo, tanto de origen biológico, en tanto relación del cuerpo humano con el medio ambiente, natural y urbano, como cultural en tanto historia, educación y formación estética de los urbanitas más comunes. Aspectos que se complican aún más cuando la ciudades crecen muy rápido a base de migrantes de regiones distintas, principalmente campesinas y sin tradiciones urbanas, y a los que no se les facilita su agrupación por sectores que constituyan ciudades dentro de la ciudad debidamente dotadas del equipamiento urbano necesario y fácilmente accesible caminando.
El punto es entonces, la necesidad de integrar siempre el costo total de una vivienda: su construcción, dotación, amoblamiento, mantenimiento e impuesto predial, por un lado, y, por el otro, su valor arquitectónico: su funcionalidad, confort y emociones tanto estéticas como gratas sorpresas e incluso ciertos avatares. Integración que lamentablemente casi siempre se ignora en el diseño de la llamada vivienda de interés social (mal llamada así ya que toda lo es) y en la puramente comercial, al repetir sin imaginación largas filas de casas idénticas o construir apartamentos idénticos en edificios idénticos en cualquier parte de la ciudad, además sin considerar lo ya existente para valorarlo.
La cualidad de pobre, dice el DLE, implica falta o escasez entre los pobres, pero también falta de magnanimidad, gallardía y nobleza del ánimo, lo que se da más entre los ricos, entre los cuales la riqueza implica abundancia de bienes, cosas preciosas o de cualquier cosa, pero igual es la abundancia de cualidades o atributos, los que no es fácil de encontrar en muchos de ellos. Algo similar sucede con la arquitectura y es imperativo entender que en ella pobreza y riqueza no son excluyentes; incluso se suman pero generalmente se restan en mucha arquitectura profesional del siglo XXI, cuando esta reemplazó a la de los grandes maestros de la arquitectura, como a la de los tradicionales alarifes.
En conclusión, el acertado diseño de la vivienda en las ciudades sólo se producirá nuevamente a partir del trabajo inteligente de mejores arquitectos pero sobre todo con la acertada continuación de una rica
tradición vernácula o popular propia, la que siempre se debería considerar de entrada en toda construcción de vivienda, tanto individuales a pedido, en el primer caso, como colectivas por parte de
el Estado en el segundo, en lugar de continuar copiando mal las penúltimas modas que aún llegan de una arquitectura que está cada vez más en crisis en casi todas las ciudades del mundo, debido precisamente a su pobreza conceptual, especialmente en las que ahora crecen más rápidamente.
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