Para muchas personas no será una sorpresa enterarse de que
las ciudades más seguras del mundo estén vigiladas por televisión las
24 horas del día y controladas por una policía bien entrenada
y debidamente dotada, cuyo número por cada cien mil habitantes suele estar
entre los más altos; y no pocos aducirán, acertadamente, que en ellas las
necesidades básicas de su población están satisfechas para casi todos y
que sus desigualdades económicas, sociales y de género son mucho menores;
pero son mucho menos los que entienden que la seguridad es también un
asunto de cultura urbana: de civismo, de educación cívica, de formar y no
sólo instruir; cultura propia de los urbanitas.
Pero ya serán mucho menos los que entienden a fondo que la
seguridad en las ciudades no solo tiene que ver con la delincuencia y
el vandalismo sino también con que se pueda caminar con seguridad y
sin tropiezos por sus zonas peatonales o circular rápido y sin
accidentes por su vías; ciudades que no contaminen el medio ambiente y
sean más fáciles de controlar en una pandemia. Y son muy pocos los que
piensan que su configuración urbano arquitectónica también tiene que ver
con su seguridad en todos esos aspectos, lo que poco ven alcaldes
y concejales en ciudades que han crecido mucho muy rápidamente,
como Cali que es la más insegura entre todas las más grandes del país.
La configuración urbano arquitectónica de las ciudades, al disponer
de sus diferentes partes para organizarlas en su territorio, no
solo define sus formas y los usos del suelo en sus diferentes sectores
sino igualmente el comportamiento de sus habitantes en cada uno de
ellos, contribuyendo a que el de los locales sea diferente al de
los visitantes o de los simples transeúntes. Comportamiento que
desempeña un papel clave en la seguridad de todos, ya que ésta no
depende exclusivamente de disminuir las desigualdades económicas y
sociales que en principio la generan, sino también de corregir las equivocaciones
urbano arquitectónicas que la facilitan o incluso las inducen.
Las
calles, avenidas, pequeños parques de barrio y plazas, que son
más concurridos y debidamente iluminados por la noche, son más seguros
y mucho más si cuentan con comercios al lado de sus andenes o al
menos accesos a los edificios que los conforman; pero los parques
más grandes y las zonas verdes extensas sí precisan de la
presencia permanente de la policía en ellos. Y en todos estos espacios
urbanos públicos, los andenes, como igual los senderos, continuos, llanos
y anchos son más seguros para caminar y evitan robos; y las vías en
buen estado y correctamente organizadas, demarcadas y señalizadas,
evitan accidentes y agilizan el tránsito automotor, y el de las ciclovías.
Igualmente ayudaría mucho a su
seguridad dividir las grandes ciudades en pequeñas ciudades dentro de la
ciudad, en las que el mayor control ciudadano serviría mucho, lo mismo que
una Policía Municipal para el control del tránsito y de los usos del
suelo, ruido ajeno y nuevas construcciones, y desde luego colaborando con
la Policía Nacional en la seguridad.
Finalmente es necesario que los alcaldes y
los concejales tengan conocimientos y experiencia en el manejo integral
de las ciudades o haber participado activamente en alguna de las
juntas comunales o asociaciones de vecinos en donde los puedan haber adquirido
lo suficiente como para que se den cuenta de que deben ser asesorados.
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